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El Mantra de emprender

La caída de los mercados, tanto los financieros como los reales, provocó la llegada de los números rojos

El estallido de la crisis financiera del verano de 2007 marcó el inicio de una época especialmente dura en nuestra economía, de la que difícilmente nos estamos empezando a recuperar, siete años después. Pero más allá del impacto meramente económico, en España supuso también el colapso de varias convicciones que se habían afincado en el imaginario económico colectivo: la mejora de la economía española no era eterna ni tan poderosa como nos habían hecho creer; los organismos reguladores no tenían poder suficiente como para evitar la llegada de nuevas crisis; y las previsiones del Fondo Monetario Internacional no eran tan fiables como algunos decían (¡Ah, ya! Usted ya no se las creía entonces…).

La caída de los mercados, tanto los financieros como los reales, provocó la llegada de los números rojos, el inicio de los despidos, los cierres de empresas… Conceptos como concurso de acreedores o desahucio copaban los titulares de prensa, y, por encima de todo ello, una sensación de miedo y zozobra inundó el país.

Es conocido que el mejor combustible para el pesimismo es la falta de expectativas, dado que realimenta la convicción de que no hay salidas y recorta el interés por intentar nuevas cosas. Era necesario romper la dinámica de malas noticias. Encontrar un camino por el cual ver un poquito de luz. Y dos palabras surgieron como la solución a todos los problemas: la internacionalización y el emprendimiento.

A estas alturas ya sabemos que internacionalizarse no es sencillo, ni está al alcance de todas las empresas que se lo propongan en el corto plazo, pero ¿emprender? “Emprender puede hacerlo cualquiera”, rezaba un titular de prensa hace no tantos años, “sólo es necesario tener una buena idea y muchas ganas de intentarlo”.

Y así, como por arte de magia, la puesta en marcha de nuevos negocios surgió como la gran solución de nuestra crisis económica. Si éramos capaces de fundar el suficiente número de nuevas empresas, generaríamos un número ingente de empleos y la riqueza del país volvería a las cifras de principios de siglo. La recuperación económica dependía de ello.

El reflejo de esta convicción la encontramos por doquier: desde la Unión Europea al más pequeño ayuntamiento, todos los organismos públicos se afanaron en proponer iniciativas que ayudasen al nacimiento de empresas.

Y el público reaccionó. La idea de poder poner en marcha tu propio negocio era atractiva. No tener jefe, dirigir tu propia vida, y encima con posibilidades de ganar bastante más dinero… Al fin y al cabo, ¿quién no se lo ha planteado alguna vez?

En realidad no tantos lo habían pensado seriamente, pero las carencias del mercado laboral empujaron a muchos a pensárselo en serio. Había que pagar la hipoteca y el ansiado contrato no llegaba. Teniendo experiencia, ganas y la indemnización de despido debajo del brazo, abrazaron el emprendimiento como la salida a una situación incómoda.

Pero la realidad es tozuda y las ganas no compensan ninguna crisis económica. Un mercado en permanente contracción no es buen terreno para la mayoría de los negocios, y el ímpetu inicial se va frenando conforme los ingresos no compensan.

El eslogan político de ánimo a emprender choca con las dificultades propias de dicho proceso: largo, complicado, duro… Sí, interesante, motivador y rentable en ocasiones, pero complejo sin duda.

El reflejo lo vemos en la caída en el interés del público por emprender. Tal y como refleja el último Informe GEM publicado, el ímpetu que hizo crecer el interés por poner en marcha un negocio a partir del año 2010 se va aplacando. En sólo un año, el porcentaje de población que está pensando seriamente en emprender bajó casi 3 puntos, y la tendencia probablemente continúe.

Emprender, como filosofía, como concepto, tiene sin duda grandes ventajas para cualquier economía. Tenemos que fomentar el nacimiento de nuevas empresas que generen empleo y riqueza. Pero ni es para todos, ni vale cualquier tipo de empresa. En un mercado competido, con niveles de consumo estancados, no es fácil abrir un negocio. Los mensajes de ánimo y los programas de fomento del emprendimiento deben ir acompañados de líneas de acción, que formen a los futuros emprendedores, que les doten de la información de mercado necesaria, que les avisen de las dificultades que pueden enfrentar. No estoy diciendo que no haya que intentarlo. No estoy diciendo que no haya que animar. Simplemente creo, que si empujamos en exceso, alentamos la asunción de riesgos, y las cosas no salen bien, lo que estaremos haciendo será “quemar” mucho potencial. En un país que castiga tanto los fallos, cada cierre, cada quiebra, azuzará a los pesimistas y volverá a rebajar la proporción de interesados en volver a arriesgar.

¿Cree usted que lo podremos asumir?

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