LA REVISTA

Castrelo de Miño, un paisaje de agua y de vino

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photo_camera El náutico, que ha convertido el embalse en un espacio para el deporte

Su extensión no llega a los 40 kilómetros cuadrados. La población apenas pasa de los 1.600 habitantes. El embalse desfiguró su paisaje hace casi cinco décadas. Pese a ello, Castrelo de Miño sigue siendo el corazón del Ribeiro

Si su topónimo estuviese vinculado a la actividad que genera la riqueza de este municipio, debería llamarse Castrelo de Viño.  Un tercio de las bodegas del Ribeiro tienen viñedos en su término municipal. Veintisiete de ellas, nueve bodegas y 18 colleiteiros, están instaladas en alguna de las siete parroquias en las que está dividido su territorio. El agua del Miño fue, hasta 1969, la principal fuente de riqueza de Castrelo. Pero el embalse se la llevó a cientos de kilómetros a través de las líneas de alta tensión y los kilowatios que generan sus 60 hectómetros cúbicos de capacidad cotizan sus impuestos no en Galicia sino en Cataluña.


Las obras del embalse de Castrelo de Miño finalizaron el último día de 1969. Era la cuarta presa del Miño en orden cronológico, después de la construcción de las de Os Peares (1955), Belesar (1963) y Velle (1966) y la tercera en volumen de agua embalsada. Y no sería la última. Un año más tarde quedaría inaugurada la de Frieira, unos kilómetros aguas abajo, en el límite de las provincias de Ourense y Pontevedra.


En los 46 años que han pasado desde entonces, Castrelo de Miño ha ido reconfigurando su paisaje. El embalse se ha mimetizado con un nuevo valle que tiene más parecido con un pequeño lago en el que se practican deportes náuticos y en sus orillas prosperan hectáreas de viñedo, plantadas con variedades autóctonas entre las que domina la Treixadura. 


El vino y el agua se han vuelto a reconciliar en Castrelo al convertirse en la sede de la Asociación de Colleiteiros Embotelladores do Ribeiro, una agrupación que reune a pequeños productores de vino de la región vinícola y que tienen en común que todos elaboran a partir de uvas de sus propios viñedos. De la nueva directiva, tres de sus miembros son bodegueros de Castrelo: el presidente es Brais Iglesias, de la bodega Val de Souto, una pequeña explotación de 2 hectáreas que lleva 175 años perteneciendo a la misma familia. El secretario es Alejandro Montero, de la bodega Antonio Montero y el tesorero, Alfredo Fernández, de Pousadoiro, quien compatibiliza su actividad de colleiteiro con la de primer teniente de alcalde de la corporación de Castrelo de Miño y responsable de las áreas de promoción turística, gestión vitivinícola y forestal y medio ambiente.


Representan al colectivo de artesanos del vino con pequeña producción que va de las mil o dos mil botellas a las setenta mil al año, pero con una media que ronda entre las diez y las veinte mil, como sucede con Eduardo Peña, Viña da Cal, Adegas Peña, o Adega María do Pilar. 


Cunqueiro, con una capacidad para 850.000 litros, Rey Lafuente,  350.000 litros y Villanueva Senra, 250.000, se sitúan en el otro extremo, el de las bodegas de mayor producción. De las nueve bodegas asentadas en Castrelo, la más reciente fue Ramón do Casar, que inició su andadura con la cosecha de 2013 con algo más de cincuenta mil botellas, pero que está dimensionada para alcanzar un tamaño medio-grande. Entre unos y otros, colleiteiros y bodegueros, los viticultores siguen trabajando las viñas, vendimiando y vendiendo sus uvas a las bodegas del entorno.


Castrelo representa el paradigma del devenir de la viticultura en la provincia de Ourense: Los jóvenes se implican en las pequeñas explotaciones, convirtiéndolas en una nueva fórmula de autoempleo y de poder vivir con dignidad sin necesidad de emigrar. La media de edad de los colleiteiros del Ribeiro es de 32 años y algunos, como Brais (28) y Alejandro (23) contribuyeron con su juventud a rebajar esa media. Los viticultores, en cambio, superan la media de los 60 a 65 años, con lo que muchos viñedos terminan siendo abandonados y posteriormente recuperados por los colleiteiros y las pequeñas bodegas que los alquilan. El relevo en el campo se está produciendo por esta vía, lo que les ha permitido a colleiteiros y pequeñas bodegas que iniciaron su andadura en los últimos veinte años disponer de viñedos ya consolidados, con cepas viejas.


Una década después de la construcción de la presa, Xosé Fernández Ferreiro escribió "Morrer en Castrelo de Miño", dramática narración de la desaparición de uno de los valles más fértiles de Galicia. Una treintena de bodegueros y colleiteiros escriben un nuevo capítulo de la historia de Castrelo, en el que el vino triunfa sobre la fuerza del agua.

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