CINE

“El Rey León” se reinventa en un prodigio visual

Un apabullante prodigio visual que sin embargo adolece de una cierta frialdad y artificialidad con respecto a su predecesora

Que el adulto vuelva al cine para disfrutar como aquel niño que un día fue... y que vuelva, a poder ser, acompañado de toda la familia y/o amigos. Ni el más iluso creyó que el objetivo de Disney al recuperar masivamente sus clásicos de animación era reinventar nada: solo había que sacar brillo y pasar un barniz de tecnología del siglo XXI a los cuentos de siempre para que el público acuda en masa -solo se ha resistido a los encantos de “Dumbo”- a las salas.

Escudriñar, por tanto, el último filme de Jon Favreau, que ya se lanzó a la jungla para revisar, con bastante más fortuna, “El libro de la selva”, buscando grandes novedades en su trama, subtexto o en la composición dramática de sus personajes es una tarea tan ingenua como inútil. Una vez más, es en el ámbito estrictamente técnico en el que este remake que fusila prácticamente plano a plano el original justifica, más allá de en la mercadotecnia, su existencia.

Ahí es donde el lujoso clon fotorrealista de “El Rey León” -unos y otros han entrado en razón y han dejado de calificar un filme generado íntegramente por ordenador como “acción real”- es un hallazgo. Un hallazgo de una factura impecable, que supone un espectacular salto adelante en CGI con peso suficiente para marcar el paso de esta nueva, y absolutamente digital, forma de concebir y de hacer cine... especialmente en lo relativo al futuro de este ciclo sin fin del reciclaje de clásicos  de animación.

Pero este apabullante prodigio visual es también una pieza de chocante recepción, capaz de despertar en el público sensaciones encontradas, algunas inquietantes y totalmente antitéticas a las que hicieron grande la película de 1994. Infeliz paradoja la de una película técnicamente deslumbrante que buscando ser más real acaba resultando más extraña, lejana y artificial.

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