Reportaje

La afición en Ourense por el airsoft se dispara

El equipo de airsoft Uro, referente en Ourense, realizó ayer uno de sus entrenamientos, fusil al hombro (de réplica, eso sí), con hasta diez cargadores por persona para no quedarse sin munición y la camaradería siempre por bandera.

Uro, grupo de airsfot ourensano fundado en 2014, cuenta con una docena de jugadores oficiales y otro tanto de “novatos” en el camino de unirse a él, y es una de las formaciones de este deporte con mayor dinamismo de Galicia. No obstante, si bien el airsoft goza ya de una gran expansión en comunidades como la de Madrid, en Galicia tienen dificultades para encontrar campos de juego. Algunos de ellos se los “arrebatan” los cazadores para las batidas: “Y ellos tienen armas de verdad”, bromean. Los espacios más utilizados para entrenar y competir están ubicados en Toén, Ferrol, Zamora, Chantada (donde el antiguo orfanato abandonado), o Lalín, donde se encuentra un campo de pago que lleva por nombre Lalingrado. 

Además, los miembros de Uro tienen en Lalín un lugar de entrenamiento, en el que se ejercitaron ayer Ameba, Hammer, Scotta, Stauros, Pope, Kiko, Mako, Zipi, Riaud, Tomy y Miguel. Estos son los “nicks” que les identifican durante el juego. “Antes, los veteranos no te hablaban si no tenías uno”, recuerda Vidal. El suyo es Ameba, porque compañeros de trabajo, bromeando con él, le dijeron que solo sabía hacer dos cosas, comer y dormir, “como una ameba”.

Su entrenamiento de ayer comenzó a las diez de la mañana con ejercicios de tiro en movimiento a diferentes dianas. Luego, ya en caliente, continuaron con varias fases en las que los once tiradores se dividían en dos equipos. Primero, tres de ellos se encargaron de defender una base mientras el resto intentaba asaltarla. Después, un equipo debía atravesar los caminos del monte (mientras protegían a un periodista allí presente) mientras el resto empleaba sus mejores tácticas de combate para romper la comunicación por tierra, obstaculizando el paso del equipo contrario. 

En cuanto a las competiciones en las que participan (si hay suerte, la próxima será en dos fines de semana), consisten en campañas de simulación militar con dos bandos enfrentados en las que se recorren una decena de kilómetros y pueden durar toda la mañana.  A veces se enfrentan al enemigo y a veces lo evitan, con diferentes objetivos de combate: robar agua de la base enemiga, montar una antena, robar una valiosa piedra de la Tierra Media, liberar a un rehén… Llegan a participar hasta un centenar de personas. 

undefinedParte del arsenal empleado en el entrenamiento de ayer.

Nada de apuntar a la cabeza

“En muchas de las mejores partidas, no eliminé a nadie”, precisa Vidal, uno de los más veteranos miembros de Uro (de hecho, él lleva jugando desde 2008), porque “esto no es el “Counter Strike” (popular juego de disparos online)”.  Y, al contrario que en los videojuegos, donde se fomenta el disparo a la cabeza, aquí se evita. La bola sale disparada a 1,5 julios de potencia, lo cual no supone un problema a menos que se dispare a quemarropa a zonas sensibles. 

 Si un jugador es alcanzado por una bola, él mismo se encarga de reconocer que fue eliminado, y entonces levanta la mano o saca un pañuelo rojo. De hecho, el peor insulto que se le puede decir a un jugador es “piel dura”, para aquellos que, tras dispararles, niegan haber sido abatidos por las balas. Y es que, como los proyectiles no dejan rastro, un tramposo estropea la partida. En cualquier caso, un soldado abatido puede ser curado por el jugador que ejerce el rol de sanitario. 

 La variedad de las armas, réplicas de las reales, es impresionante: cuentan con granadas de mano (al impactar, sale disparado un buen puñado de bolas), pistolas, fusiles (arma más usual, y la que se emplea en los entrenamientos), escopetas y ametralladoras. Existe hasta una réplica de las armas de Rambo. Suelen incluir un modo ráfaga, para disparar varias bolas a la vez, y, si bien la mayoría de armas son eléctricas y funcionan con batería, otras disparan con gas.  Además, utilizan una pequeña goma para conseguir que la bola se mantenga más tiempo en el aire, por lo que vuela unos metros más sin incrementar la potencia y, por tanto, tampoco la peligrosidad. En cualquier caso, a menudo el mayor peligro es tropezar entre las zarzas. Algunas partidas incluyen incluso vehículos, y, por supuesto, se evita dispararles (las gomas podrían dañar una luna). En lo que respecta al traje de camuflaje, no es un homenaje al mundo militar: simplemente, comparten indumentaria porque les une el objetivo de no ser vistos en medio del entreno. 

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Stauros alza la mano durante la partida reconociendo que fue eliminado.

El medio ambiente no sufre

Las bolas son biodegradables, punto en el que se ha mejorado a lo largo de los años. Vidal recuerda que “al principio, probé a dejarlas en una maceta y tardaban meses en desaparecer, ahora ya menos”. Para estar bien servidos, compran miles de proyectiles de golpe, con dimensiones de entre 0,20 gramos (ligeros e impredecibles en su trayectoria) y 0,30, siendo 0,25 su peso más común. No es un deporte caro: por 250 euros puedes conseguir el traje, el chaleco protector, proyectiles, cargadores y el arma, que cuesta poco más de 100 euros en sus modelos más sencillos. Eso sin contar con que la mayoría suele empezar “de prestado” y aficionarse después.

Al contrario de en otros deportes, aquí la camaradería es total, y la competición es lo de menos: “Normalmente, nadie pregunta quién ha ganado. Lo que importa es el juego”, concluye Vidal.

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