Sucesos en Ourense | La avaricia enterró al preso

La “operación Avaro” que llevó a la Guardia Civil de Ourense hasta los presuntos autores del asesinato de otro asesino se cocinó a fuego lento, al igual que el supuesto plan para perpetrar un crimen inspirado en el dinero. Desde la desaparición de la víctima, Fernando Iglesias Espiño (63 años), un preso que disfrutaba de un permiso penitenciario hasta la localización de su cadáver, enterrado en una mina de agua de una finca en la localidad de Senra (Piñor de Cea), pasaron cuatro meses. En todos ese tiempo, el equipo de Policía Judicial de la Comandancia ourensana nunca tiró la toalla hasta culminar una de las mejores investigaciones de estos últimos años, en la que Óscar González López y Francisco Javier González Hermida figuran como imputados. Ambos serán juzgados en mayo (del 9 al 13) por un tribunal popular. La acusación particular reclama hasta 25 años de cárcel. El juicio servirá de lección a profanos y expertos sobre cómo se sigue un rastro de menos a más. 22 años en la cárcel Fernando Iglesias Espiño llevaba 22 años encarcelado cuando murió. En 1996, había asesinado a su mujer e hijos de 12 y 18 años en Jinámar (Gran Canaria), pero ya estaba en la recta final de su condena en la prisión de Pereiro, a donde quiso trasladarse porque era oriundo de Silleda (Pontevedra). Las alertas se encendieron cuando el 13 de agosto de 2018 no regresó a prisión tras un permiso de fin de semana. En un primer momento, se barajó la opción de una fuga voluntaria. La Policía Nacional, que recibió la primera denuncia, así lo manifestó. Pero la información recabada por la Guardia Civil fue cerrando el círculo en torno a una desaparición forzosa. Iglesias Espiño estaba a punto de saldar sus cuentas con el pasado y ya se encontraba en régimen de tercer grado. Además, según el personal penitenciario al que se entrevistó, el recluso había mostrado una evolución favorable de cara a su reinserción. Ese fin de semana, justamente pasaba a tercer grado, según fuentes de Instituciones Penitenciarias. Fernando Iglesias Espiño. Los agentes comenzaron a desconfiar cuando supieron que la madre del preso había fallecido y le había dejado una herencia de 26.000 euros. No tardaron en poner en el punto de mira a los acusados al enterarse de que eran amigos de la víctima tras conocerse en la cárcel. Fernando, que no tenía demasiados íntimos, cuando disfrutaba de un permiso acudía a la granja que Francisco Javier González explotaba en Suareixa (Maside). Trabajaba a cambio de pernocta y comida. A partir de ahí, comenzaron los pinchazos telefónicos, exámenes de videocámaras, las retiradas de dinero con las tarjetas del muerto y vigilancia de los sospechosos durante las 24 horas del día. Rastreo del dinero El rastreo del dinero llevó a los investigadores hasta varios cajeros de oficinas bancarias tanto de Ourense como de Pontevedra y norte de Portugal. En menos de 15 días, se retiraron 15.000 euros pero “utilizando sofisticados sistemas para la sustracción para borrar rastros”, aseguró la Guardia Civil tras culminar la operación. A su entender, trataban de construir un relato: “Fernando se había fugado y estaba sacando dinero para irse a otro país”. Un crimen perfecto. Pero el coche nuevo del desaparecido localizado en Vigo descuadraba así como los mensajes que le atribuyeron a él cuando ya estaba muerto. En las diligencias, consta también la declaración de un testigo que vio a uno de los imputados con dinero en la mano y doblando una tarjeta de crédito (asegura que escuchó: “Esto ya se terminó, no había más que sacar”). La geolocalización del teléfono móvil de la víctima coincidía con la de los detenidos el sábado 11, fecha en la que se presume que lo mataron. Y, aunque nunca quisieron declarar, la fiscal recuerda que Óscar González llevó a los agentes al lugar dónde había sido enterrado. Las acusaciones sostienen que los investigados, entre las 11.00 y las 13.20 horas en la explotación agraria Suareixa, golpearon a Fernando “con un objeto contundente en la cabeza hasta ocasionarle la muerte por un traumatismo craneoencefálico”. Posteriormente, sostienen, llevaron el cadáver a Senra, propiedad de la familia de Francisco. El cuerpo estaba envuelto en bolsas de plástico y bien enterrado. Pero el dinero habló meses antes.