LA NUEVA OURENSANÍA

La nueva ourensanía | Mohammed Lahvavi, retrato de un hombre marroquí tranquilo

Recorrió otras ciudades españolas antes de decidirse por el norte, con un permiso de residencia permanente y la ambición de comprarse una casa en propiedad. Para Mohammed Lahvavi, su Marruecos es aire y Ourense es definitivamente tierra

Cuenta una vecina del barrio que cuando Mohammed Lahvavi (Marruecos, 1984) abrió su negocio, fue a todos los establecimientos de la calle a presentarse con un té moruno de menta, símbolo de cortesía y buenas intenciones. Procedente de una cultura de la hospitalidad pero sabiéndose originario de un país ajeno inicia él un camino que debiera ser hecho a la inversa. Así es Mohammed, un hombre tímido de franca sonrisa que se esfuerza por proporcionar facilidades y evitar problemas.

Llegó a Xinzo en 2005 a través de un conocido, y habiendo recorrido antes otras ciudades españolas, esta parte del mundo le convenció. “Me gusta la tranquilidad y el clima, en mi pueblo hace mucho calor”, comenta. Bregó en una granja de conejos, en el cultivo de la patata, de feriante “un día sí un día no”, de ayudante de panadero en Punxín, en un restaurante aquí en la capital, y no sigue la lista este pequeño empresario porque en este país no ha hecho sino currelar. “No me gusta la gente así que monté este negocio”, declara Mohammed, y leemos entre líneas que lo que no le apetece es que le exploten, trabajar ‘de aquela maneira’, y no tener ningún tipo de coberturas. “Si algún día tengo un empleado yo prefiero darle todos sus derechos porque yo sufrí esta situación”, aclara por si de su mirada y su talante no se dedujese ya tal mensaje.

“La gente se dedica al campo, con ovejas”, describe Mohammed la tarea como temporero que desempeñaba en su país. Originario de Boujaâd, un pueblo en la zona del Atlas Medio, cercano a la ciudad de Beni Melal y al gran Marrakech, vive con su mujer, también marroquí, con la que más pronto que tarde, tendrá hijos. 

Doner Kebab Marrakech

“El local funciona bien”, su humilde negocio en Jesús Soria va en buena dirección. Cocinan cous-cous, tayín y otros platos tradicionales, pero la estrella es el kebab. “La comida más famosa y más clásica”, según él, la que más se vende. “Trabajar poco y ganar poco”, casi susurra su deseo de mantenerse en la justa estabilidad que le permita vivir, pues no entra en su ambición hacer sufrir a terceros.

De lunes a domingo se despachan pedidos en este pequeño restaurante en Jesús Soria, calle de la que también es vecino. La carne es ‘halal’, respeta en todas sus preparaciones las normas de la ley islámica. Ergo no hay cerdo, y la ternera, el pavo y el pollo vienen de proveedores específicos en Alemania y Vigo.

Mohammed Lahvavi
Mohammed Lahvavi

Su experiencia es en esencia buena. “Conozco casi a más gente de los pueblos, de Allariz, de Xinzo, vienen los fines de semana”, comenta sobre una clientela variada que engloba árabes y latinos, musulmanes y cristianos. Pero también ha padecido el delito y la tomadura de pelo. “Un pedido de diez kebabs que llevó un repartidor y no había nadie”, especifica. Los bocadillos vinieron de vuelta y Mohammed los repartió entre necesitados del barrio. Menciona también un timo telefónico por el que le extrajeron quinientos euros de la tarjeta de crédito. “Me dijeron que no había pagado la luz”, peca Mohammed de buen contribuyente y por eso se la acaban jugando.

En casa habla dariya, la lengua oral marroquí, que viene a ser un dialecto del árabe, y en la calle ya habla como uno de los nuestros. “Lo intento… hablo mezclado”, comenta en referencia a hacer buen uso del castrapo. “¡Dígoche eu!, no acierta a decir Mohammed Lahvavi su expresión favorita en gallego. En la mente la tiene, no así en la punta de la lengua, pero se ríe como si entendiese perfectamente toda la retranca que la frase arrastra consigo. 

“Me gusta la maratón”, confiesa. Se le puede ver correr alguna mañana a orillas del Miño, pero con la San Martiño no se anima porque las hordas de aficionados de los pueblos vienen a su local a comer tras la carrera. Y al hilo de las aldeas cita la suya para distinguirla como lugar favorito a elegir de todo Marruecos. Se desprende de sus respuestas que tiene los pies demasiado bien puestos en la tierra, y que posiblemente quiere despacharnos porque ya le da pudor tanto palique y tiene faena.

Pone punto y final a la charla oficial cuando se le pregunta por un sueño. “Tener una casa aquí y ya está”. No hay más que decir, fuera micro, venga esa foto y mientras entra el compatriota, amigo repartidor de butano “¡cariño mira qué guapo!”, a modo de chiste entre amigos, Lahvavi se ríe y lava los platos.

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