Faltan 10 días para que Ramón Fernández, quien hace cuatro años asesinó a una joven prostituta en Riobóo (Cenlle), vea cumplida su aspiración de donar un riñón a su hermana. Antes de la operación, repasa su vida.

Un riñón para salvar su conciencia

Ramóin Fernández Álvarez. (Foto: MIGUEL ÁNGEL)
El 10 de este mes se cumplieron cuatro años de un asesinato que truncó muchas vidas. La primera y más importante, la de María Socorro da Silva, una joven de 26 años que hacía poco más de un mes que residía en España, y que se vio abocada a ejercer la prostitución tras un fugaz y tortuoso noviazgo con un vecino de la ciudad.
El día 27, también de este mes, se cumplen cuatro años del ingreso en prisión de su asesino, Ramón Fernández Álvarez (52 años), un vecino de Riobóo (Cenlle), quien disparó a bocajarro dos tiros de escopeta a la joven brasileña con la que comenzó a mantener relaciones sexuales casi un mes antes. Ese día, tras mantener relaciones sexuales en su propia casa, no se pusieron de acuerdo en el precio y, según dijo él, la chica amenazó con contárselo a su esposa.

Precisamente, el día 27 de febrero de este año, el azar así lo ha querido, Ramón abandonará la cárcel para pasar un tiempo en el hospital de A Coruña ya que por fin, después de mucho implorarlo y pregonarlo públicamente, donará un riñón a su hermana, aquejada de una insuficiencia renal grave y a quien incomoda enormemente que este asunto sea ventilado en los medios de comunicación.

Antes de esa intervención quirúrgica, el inculpado pide perdón 'por desonrar a una familia muy buena y honrada' y hace un llamamiento con moralina, a través de una carta remitida a La Región, a todos los hombres con pareja: 'Les pido a todos los hombres que tengan mujeres que nunca vayan de putas pues eso puede ser su ruina, como fue la mía (...)'.

En este 'mea culpa' se autoproclama 'oveja negra' de su familia, reconociendo que estará arrepentido 'mientras viva por lo que hice (...), y ahora quiero hacer algo bueno donando un riñón'.

En la perdición de Ramón, tal como él invoca, hay un antes y un después, tras sufrir un accidente laboral que le valió la invalidez absoluta para su profesión como carpintero metálico cuando sólo rondaba la cuarentena.

La falta de trabajo y el mucho tiempo libre -confiesa- lo llevó a frecuentar los bares y el mundo del sexo. 'Teniendo una mujer maravillosa y un hijo estupendo, como tenía mucho tiempo libre, empecé a andar de bares y a ir de putas, y eso ha sido mi ruina', reflexiona en su última carta.

El peso de la culpa ha acompañado al asesino de la joven brasileña desde el mismo momento en que arrojó su cadáver al río tras envolverla en unos plásticos y recortar los cañones de la escopeta de caza.

El condenado 'colaboró con los efectivos policiales poniendo en su conocimiento el lugar en el que arrojó el cadáver, al tiempo que proporcionó datos para facilitar el avance de la investigación', según valora la sentencia de la Audiencia de Ourense que lo condenó a 12 años y medio de cárcel. En la imposición de los años de prisión, tuvo en cuenta que el inculpado puso a disposición de la familia de la víctima, que tenía una hija pequeña, todo su patrimonio para tratar de resarcir los perjuicios irrogados.

El camino hacia la destrucción iniciado hace cuatro años también le ha llevado, dice, 'hasta en cinco ocasiones' a autolesionarse, lo que le ha valido más de dos meses de hospitalización y a someterse a tratamiento psiquiátrico.

Desde el pasado mes de agosto, permanece en la prisión de Teixeiro (A Coruña), ya que necesitó someterse a distintas pruebas médicas de cara al trasplante. Hasta la fecha, junto con la entrega mensual de dinero a la hija de Socorro Silva, son los dos gestos que ha mantenido inamovibles. Porque, aunque ahora descargue la culpa sobre las veleidades del placer carnal, no es la primera vez que mira hacia otro lado. A un vecino de Riobóo llegó a inculparlo de la muerte de la prostituta en abril de 2009. En el juicio, se justificó, asegurando que había sido por venganza por haberle entregado la escopeta en septiembre de 2008.

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