crimen del chuo

"Sólo se hará justicia con Isabel si su asesino se muere en la cárcel"

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photo_camera Dos primas de la víctima, María Isabel López y Teresa Fernández (sostiene una foto de Fuentes) y su esposo, Santiago Martínez.

La familia de la vecina de Pazos cuyo marido la acuchilló en el CHUO confía en un juicio con una sentencia ejemplar

Aniceto Rodríguez Caneiro (77 años) será juzgado a partir de mañana por uno de los asesinatos machistas que más han conmovido a la opinión pública en los últimos años. Tanto por la atrocidad de la acción criminal como por la falta de protección que se le brindó a la víctima desde las instancias judiciales.

Pocas veces llegan a la sala de la Audiencia de Ourense peticiones de condena del ministerio fiscal que se acerquen a los 40 años de prisión (la acusación particular la sube a 49). El procesado intentó matar a su esposa, Isabel Fuentes (66 años), en el escenario de un simulado robo en el domicilio conyugal de Pazos (Verín) y, como no lo consiguió, aprovechó su convalecencia en el CHUO, en donde se recuperaba de gravísimos traumatismos en la cabeza - fue golpeada tres veces con un martillo-, para acuchillarla en el tórax en la madrugada del 8 de mayo de 2015. Dos puñaladas y cuatro movimientos certeros que desgarraron su corazón.

Isabel Fuentes y Aniceto Rodríguez eran pareja desde hacía 25 años. Ella, una mujer resolutiva,simpática y guapa, había tenido muchos pretendientes en el pasado. Pero, de forma inexplicable para la familia, puso los ojos en un viudo 10 años mayor que ella y con una hija.

Dos años antes de que su marido la asesinara, se habían casado sin pompa. Ni sus allegados se enteraron. Isabel era incapaz de recordar el día de abril en que se oficializó la unión. “Era él quien quiso casarse”, según asegura Teresa Fernández, la prima personada en el proceso como acusación particular.

Dos meses y medio antes del crimen, el 21 de febrero de 2015, Isabel perdió a su madre, con la que vivían los cónyuges , tras una larga convalecencia. Aniceto, a una suegra que siempre intercedía por él cuando su hija lo echaba de casa. Ocurrió en varias ocasiones, según aseguran las primas. La muerte de la madre también dio más libertad de movimientos a Fuentes. Hacía más vida social y comenzó a mostrarse más independiente y activa: se apuntó a clases de gimnasia y estaba preparando una fiesta familiar.

El fiscal de Violencia de Género de Ourense, Julián Pardinas, cree que la mayor libertad de Isabel pudo desatar los celos de Aniceto. Pero tiene claro que no deja de ser una hipótesis al igual que la que maneja la familia de ella, “el egoísmo y deseo de tener más de lo que tenía”. La fallecida ya había testado a favor de la única hija de Rodríguez Caneiro.

El abogado Jorge Temes recurre al trastorno mental transitorio para explicar el crimen y posterior intento de suicidio del procesado . Este último, con secuelas por el ictus que le sobrevino tras seccionarse la carótida, se limitó a decir: “Cousas que se meten na cabeza”.

No obstante, el fiscal descarta categóricamente que el inculpado sea una persona con la psique alterada. Simplemente, es malvado. “No es un enfermo, es una persona despiadada y cruel”, dice. Y pone un ejemplo con una vara de medir, en la que sitúa en el centro a todas las personas consideradas normales, aquellas con dosis de bondad y vileza compensada. Hacia un lado, la malicia comienza a decantarse. Hacia el opuesto, la magnanimidad. “Si al final de ese tramo están las personas consideradas como santas y no decimos de ellas que estén enfermas, tampoco tiene sentido decir lo contrario si tenemos en consideración el extremo opuesto”, explica.

Los primos de Isabel Fuentes confían en que esta vez, según dicen, “se haga justicia”. El portavoz, Santiago Martínez, tiene claro que “Isabel murió porque el sistema lo permitió”, en clara alusión a la pasividad de la jueza instructora cuando la Guardia Civil le trasladó sus sospechas sobre la autoría de la agresión de Pazos. Para los investigadores, el reguero de pruebas que simulaban un robo no encajaban. Tan siquiera había arrugas y pliegues en las sábanas de la cama en la que decía dormir el acusado cuando entraron los ladrones y golpearon a su mujer, que vía la televisión en la sala. Sospechaban de Aniceto y, por eso, pidieron protección para ella durante su estancia en el hospital.

“Para nosotros la justicia en este país no existe hasta que nos demuestre lo contrario”, dice emocionada María Isabel López, otra de las primas. “Sólo queremos que se muera en la cárcel”, añade. Y, por si no queda claro, Teresa Fernández insiste: “Una condena que le impida poner un pie en la calle en todo lo que le queda de vida”. 

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