REPORTAJE

Tocando el cielo con los dedos

El vibrafonista Milt Jackson, en su última actuación, en 1999 (JOSÉ PAZ)
photo_camera El vibrafonista Milt Jackson, en su última actuación, en 1999 (JOSÉ PAZ)

Casi tres décadas dan para mucho si se mantiene el oficio y la constancia; desde 1986, por el Café Latino han pasado referentes jazzísticos a nivel mundial. Algunos, ya mayores, escribieron en la ciudad sus últimas páginas

El jazz es música para degustar en una atmósfera de claroscuros noctámbulos, dejando que la improvisación, el duelo constante se distribuya entre las mesas hasta que el público palpite. El músico de jazz sabe distinguir, mucho; reconoce la actitud de su público con un golpe de mirada. Son artistas de otro mimbre, capaces de dejarse la piel por un fraseo virtuoso, por su arte. Tres décadas de jazz dan para mucho, desde la evolución musical hasta la forma de saborear la vida. Poco queda -por suerte- del desenfreno adictivo y genial de muchos que dieron la mejor y la peor de las notas a vista de su público. Las casi tres décadas que lleva programando jazz en el Café Latino inscriben a Eduardo Rodríguez como un referente, un conocedor de primera mano de las estrellas que en su local se han dado cita. De eso hablamos.

A Milt Jackson le subieron al escenario como si lo desplazaran al cielo, cansino y delicado como un supiro, sin decir nada. Sentado sobre la balaustrada miraba hacia el final de la sala sin interés. De vez en cuando se levantaba y tocaba un par de notas sobre las piezas metálicas del vibráfono, al que quería más que a su alma. Aquel 11 de noviembre de 1999 sería su último concierto, moriría un mes después, en Detroit. “Milt estaba enfermo terminal de un cáncer de colón, él tenía claro que deseaba morir en un escenario, y así fue”, comenta Eduardo.



El Salto al firmamento

Eduardo y el Latino dieron su primer salto con un concierto de relumbrón, en 1987. En un alarde de arrojo se atreve a contratar una semana a un cuarteto de jazz en la cima: George Adams, Don Pullen, Cameron Brown y Danny Richmond. Algún titular de la época de la prensa nacional se preguntaba no sin ironía cómo era posible meter a cuatro grandes en un local tan pequeño. “Actuaban en Santiago. Cameron era el único formal del grupo; en aquella época había muchos problemas con las drogas y el alcohol entre los músicos.” En Santiago, Pullen y Adams convencieron a Cameron de retirarse al hotel después de tocar, al menos, en principio. “No tardó -apunta Eduardo- en llegar a mi habitación para solicitar continuar la juerga, y así hasta que nos cerraron los locales”.

Al día siguiente, en Ferrol. Dannie Richmond, un batería genial muy demandado -había tocado con ilustres del pop-, moriría meses después: “A Richmond le gustaba desayunar Ballantines with milk”. Al año siguiente Eduardo se atreve otra vez con Adams y Pullen, ahora con Cindy Blackman -hoy mujer de Carlos Santana- en la batería. George Adams fallecería años después (1992), con 52 años; y Pullen, que volvería más tarde con su trío ya sin el saxofonista, en 1995.

A Tete Montoliu lo que más le apasionaba de Ourense, al margen de las mujeres, que no podía ver, eran las vieiras guisadas del Roupeiro, “era una de sus condiciones para tocar”. “Tete, que era una persona difícil, estaba en el Latino como en su casa, a ambos nos unió una gran amistad; hubo años en los que llegó a tocar varias veces”.

Ray Brown, una de las leyendas del contrabajo, la primera vez que tocó en el Latino (1987) lo hizo por casualidad. En la aduana de Vigo un agente se empeñó en pedirle los papeles de compra del instrumento, que no llevaba con él. De poco sirvieron las explicaciones, que si venía de Montreaux, que si era una figura, el exceso de celo del agente no aflojaba. Superado el entuerto, otro: la amplificación del instrumento tampoco le iba. “No hubiera sido necesario, tocaba lo suficientemente alto y limpio como para prescindir de ella”. Ray tocaría en otra ocasión, en 1997. Fallecería en 2002.

En compañía del maestro Phill Woods, en 2004, veríamos el último golpe de Niels-Henning Orsted Pedersen, un contrabajista danés que había acompañado a todos, desde Dexter Gordon a Gillespie, cuando todas las miradas apuntaban a la fragilidad del saxo -hoy aún vivo- y sus problemas respiratorios. Tras aquella noche, el danés, con graves y reconocidos problemas de alcoholismo, recaería, muriendo a los pocos meses. En el siguiente concierto de Woods ya figuraba al contrabajo el francés Pierre Boussaguet.

Al pianista Cedar Walton, muerto el pasado verano, “muy cumplidor, no iba nunca de estrella”, lo vimos la última vez en Ourense junto al saxofonista Benny Golson, en 2010, en un concierto brillante, difícil de olvidar. En 1997 había tocado con otro ilustre fallecido, el saxofonista Jackie McLean, muerto en 2006, el más “maravilloso” para Eduardo.

Hank Jones no era un tipo fácil, “ejercía de grande y mantenía las distancias”. Tocó varias veces y “los conciertos siempre fueron memorables. Le costaba saludar y pedía siempre un hotel de cinco estrellas, como queriendo demostrar quién era”. Su último concierto en el Latino fue en 1997.

Al pianista Mulgrew Miller lo vimos en el 2011 junto a Kenny Barron en un experimento pianístico que no fraguó demasiado, un proyecto muy técnico pero carente de la emoción necesaria para levantar al público. Había tocado ya en otras ocasiones, y por su edad, 58 años, imaginábamos verlo más veces. Dijo adiós hace un año. La lista es más amplia, de los más reconocidos, el saxo Johnny Griffin, pero también el pianista Lou Bennett o Jhon Lewis. 28 años de jazz, dan para mucho.

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