El “imprescindible” hinojo

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photo_camera Flores propias del “fiuncho” silvestre.
Las semillas se pueden utilizar para confeccionar panes, dulces, aliños y salsas para carnes y pescados, y también para licores

En este tiempo de magostos, he hablado de la nébeda y del laurel como condimento para las castañas cocidas. Hoy describiré otra planta que también se puede usar con el mismo fin: el hinojo. Conocido científicamente como Foeniculum vulgare y en gallego como “fiuncho” o “fiollo”, es una hierba perenne, muy aromática, perteneciente a la familia de las Apiáceas, que se encuentra esparcida en estado silvestre por toda el área mediterránea. Hay que distinguir entre el hinojo silvestre y el dulce. El primero crece espontáneamente en el campo. Tanto sus tallos, como sus hojas y semillas se usan en cocina. El segundo, considerado como una hortaliza, se cultiva, pues su bulbo es comestible, y en la gastronomía italiana es de uso común. El fiuncho silvestre posee un intenso olor a anís. Sus hojas, largas y finas, tienen un sabor delicado y dulce, pudiéndose añadir, en pequeñas proporciones, a las ensaladas. Las flores dispuestas en umbelas terminales, con florecitas de color amarillo, aparecen en verano y duran, incluso, hasta noviembre. Las semillas, recogidas a partir de la mitad de agosto, una vez desecadas a la sombra y conservadas en frascos, se pueden utilizar durante todo el año para confeccionar panes, dulces, aliños y salsas para carnes y pescados, y también para hacer licores. En las fiestas de Pascua en mi pueblo, Asís, son muy apreciadas las rosquillas de vino con estas semillas.

El “fiuncho”, además de estimular el apetito, tiene propiedades digestivas, diuréticas, antiinflamatorias y carminativas, es decir, para combatir la flatulencia. Es una de las especies imprescindibles para hacer el “agua de San Juan”. La víspera de esa noche mágica se recogen plantas aromáticas y se dejan en agua, al rocío, durante la noche. El día de la fiesta, 24 de junio, todos se lavan la cara con esta agua perfumadísima. En algunas zonas de esta región se coloca en puertas y ventanas para ahuyentar “as meigas”. Asimismo, tanto yo como los hermanos León y Silvestre, que como ya dije al hablar del castaño, me acompañan en mi peregrinación hacia la tumba de Santiago el Mayor, hemos apreciado mucho la costumbre denominada “os maios”. A principios del mes de mayo los jóvenes suelen construir unas estructuras de madera y tela de saco, normalmente piramidales, que recubren con helechos, musgo y “fiuncho”, y ornamentan con guirnaldas de flores amarillas y de otros colores. Girando alrededor de ellas cantan, en modo jocoso, coplas, a veces dialogadas, que, acompañadas de la percusión de palos, hacen referencia a cuestiones locales de actualidad. Esta curiosa tradición de exaltación de la primavera, de origen ancestral, y propia de las regiones donde el transcurso de las cuatro estaciones del año están muy marcadas, ha sido asimilada por la tradición cristiana, para representar la cruz, que es el árbol de la vida. Además, en algunas celebraciones religiosas en primavera y verano, se suelen tapizar las rúas con alfombras florales, en las que el “fiuncho” es parte integrante, llenando el ambiente de una agradable fragancia.

Sabiendo de estas enraizadas costumbres, llenas de colorido, no pude dejar de entonar la estrofa del “Cántico de las criaturas”, que ya durante mi caminar estoy pergeñando: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”. Mi fiel biógrafo Tomás de Celano dará cuenta rigurosa de la fecha exacta en que acabaré de componer este Cántico, llamado también “Cántico del hermano sol”. Como curiosidad, señalo que el nombre de la ciudad griega de Maratón, famosa por la batalla del año 490 a.C. en la que los atenienses vencieron a los persas, significa “campo lleno de fiuncho”, porque allí esta planta crecía espontánea y abundantemente. El origen de la prueba deportiva así denominada, maratón, se basa en la historia del soldado griego Filípides, que recorrió los 42.195 metros que separaban Maratón de Atenas para anunciar la victoria sobre el ejército persa.

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