El dulce membrillo

El fruto del membrillo, llamado también membrillo o marmelo.
photo_camera El fruto del membrillo, llamado también membrillo o marmelo.
En la antigüedad, este fruto era un símbolo de la suerte, la fertilidad y el amor

La Cydonia oblonga es un arbusto o árbol frutal caducifolio perteneciente a la familia de las Rosáceas, comúnmente llamado membrillo o membrillero en castellano y marmelo o marmeleiro en gallego. Es originario de Asia Menor y del Cáucaso, desde donde su cultivo se extendió a toda la cuenca mediterránea, preferentemente a las zonas donde los cálidos veranos permiten una buena maduración. 

Fue denominado científicamente con el nombre de Cydonia dado que era la región de Cydon, en la costa noroeste de Creta, donde se producía el mejor tipo de membrillo. El epíteto oblonga hace referencia a la forma de sus hojas, más largas que anchas. La voz “membrillo” procede del griego y significa, literalmente “manzana de miel”.

Sus ramas son irregulares y retorcidas. Su corteza, lisa y grisácea, acaba, con el tiempo, desprendiéndose en escamas. Sus hojas, ovaladas o redondeadas y dispuestas de forma alterna, son verde oscuras por su parte superior y más pálidas y densamente pobladas de finos pelillos blancos por la parte inferior. Las flores, más bien grandes y solitarias, aparecen en la primavera; son de color blanco rosáceo, con cinco pétalos, y desprenden un agradable aroma. Su fruto, llamado asimismo membrillo o marmelo, es un pomo periforme, al principio verde y con densa vellosidad grisácea, y de color amarillo-dorado brillante cuando está maduro. Su pulpa es dura, muy aromática y rica en taninos, pectinas, vitaminas A, B y C. Es duro, astringente y agrio por lo que no se suele comer crudo.

En la antigüedad el membrillo era el símbolo de la suerte, la fertilidad y el amor. De hecho, entre los griegos, se ofrecía membrillo en las bodas. Plutarco relata que las novias griegas mordían un membrillo antes de entrar en la cámara nupcial a fin de que el primer beso fuese agradable y perfumado. Los romanos también usaban membrillos. En el libro De re coquinaria, su supuesto autor Marco Gavio Apicio proporciona recetas que nos dan a conocer la gastronomía en el mundo romano del siglo I. En él se habla de cómo guisar el membrillo con miel, para combinarlo, incluso, con puerros. Plinio el Viejo mencionó una variedad de membrillo, el de Mulvian, que podía comerse crudo. Más tarde, Carlomagno estableció que se plantaran membrillos en los huertos.

Con fines gastronómicos y culinarios se usan tanto los frutos como las semillas. Así, los membrillos una vez recogidos, que pueden conservarse en perfecto estado durante 2 o 3 meses, se utilizan para hacer mermelada, compota, o el popular “dulce de membrillo”, exquisito manjar sobre todo cuando va acompañado de queso. Con las semillas se prepara, con azúcar y agua, la jalea de membrillo.

En algunos países de centroeuropa se emplean también para producir vino a partir del zumo estrujado de membrillos. Tradicionalmente estos frutos se ponían entre la ropa de los armarios para perfumarla con su fuerte fragancia. Actualmente el membrillo también es muy utilizado en jardinería como árbol ornamental. 

El membrillo es también una planta muy estimada desde el punto de vista médico. Ya en el siglo XII, Hildegarda de Bingen recomendaba comer pan con mermelada de membrillo por ser útil contra diversas enfermedades y fácil de digerir. Es usado como lenitivo, protector de las mucosas y diurético. Las infusiones resultantes de cocer de una a tres semillas por taza de agua, son eficaces contra la tos, los resfriados, los dolores de garganta, la gastritis, las úlceras gastroduodenales, el intestino irritable y las diarreas. Por vía externa, las semillas, una vez machacadas, se usan popularmente para preparar apósitos en casos de fisuras anales, grietas de los senos, sabañones y hemorroides.

En una de las etapas del Camino a Compostela, en una localidad cercana a Santiago, de la que no recuerdo su nombre pero sí el de la posada donde nos alojamos, “Aurora”, fuimos agasajados con el popular “doce de marmelo” acompañado con un queso sabrosísimo, conocido allí como “queso de tetilla”, dada su forma parecida a una mamma o tetilla. Ya en el siglo I d. C., el escritor y militar romano Plinio hablaba de un exquisito queso de la Gallaecia llamado “mamulas lactem”. El hermano Egidio no resistió la tentación de entablar un ameno diálogo con la mesonera y sonsacarle la receta de dicho dulce. A nuestro regreso a Asís la elaboraba todos los años en su época: lavados bien los membrillos, los cortaba en rodajas, los cubría con miel (medio kilo de miel o azúcar por cada kilo de membrillo) durante dos días. Luego los ponía a cocer durante una hora, dándole vueltas de vez en cuando. Cuando la mezcla estaba espesa lo retiraba del fuego y lo triturada bien y lo guardaba en contenedores de vidrio, listo para consumir.

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