Concurso Jóvenes y Mayores

Concurso "Jóvenes y Mayores" | Ganadores en la categoría de Redacción de Secundaria

La dificultad de (sobre)vivir

Primer premio: María Madrigal Couceiro, 3º de ESO (Divina Pastora Franciscanas, Ourense)

Hola!, soy Paula y tengo 23 años. 

Mi historia comenzó en un orfanato de Madrid. ¿Suena mal, verdad? Por suerte, no me acuerdo de mucho. Me pongo a recapitular y se me vienen a la memoria pequeños detalles: comíamos una vez a día (y mal), Sor María era estricta y nos daba con la zapatilla, le teníamos mucho miedo. 

El 2 de abril de 1997, cuando contaba con tres años de edad, una pareja de jóvenes iniciaban el proceso de adopción. Nos pusieron a todos los niños en una sala y debían escoger cual era el que más les gustaba (sí, como si fuésemos objetos, o prendas de vestir). Recuerdo que Sor María les dijo: 

- Esa es Paula, la niña diferente, y claro yo en ese momento no sabía lo que eso significaba,era una cría. Aquellos muchachos, Laura y Juan, por algún motivo desconocido, me eligieron a mi. Yo estaba contentísima porque iba a salir de aquel lugar y podría formar parte de ina familia de verdad. Bueno, no expresaba mis emociones pero, por adentro, algo me pasaba. Cogimos el coche y emprendamos rumbo a Ourense; una ciudad en el sureste de Galicia. 

Ellos eran agradables conmigo y me gastaban bromas. Yo, como siempre permanecía con la mirada perdida y sin mostrar un ápice de felicidad en mi rostro. Era primavera y esa pequeña ciudad estaba llena de flores. No se veía mucho movimiento de gente ni de medios de transporte, solamente los autobuses urbanos de la ciudad la recorrían. Fue ahí cuando sentí un flechazo: esos colores y ese ruido. ¡Era la primera vez que se me ponía la piel de gallina!. 

Llegamos a casa. Era muy grande (aún lo es). Tenía: piscina climatizada, un gran jardín, dos perros, Pluto y Mickey, y cuatro pisos. ¿Esa iba a ser mi casa? ¡Pues qué bien! De la ventana superior izquierda del tercer piso, se asomaban dos cabezas. Eran Teodoro y Gloria, mis abuelos. Nada más verlos, sin decir ni una palabra, sentí una fuerte conexión con ellos. 

Bajaron y me recibieron. Me enseñaron mi cuarto (enorme). Luego me mostraron la casa y, Gloria, me dijo con voz dulce: 

- Paula, esta es tu casa y nosotros tus abuelos. 

Los días pasaban y yo cada vez me volvía más tímida. No era capaz de mantener la mirada, tenía obsesión con los urbanos de la ciudad y nada despertaba mi admiración. 

Un día le pregunté a mi abuela por mis padres. Llevaban seis meses desaparecidos. Ella, se inventó una “milonga” y me dijo que estaban en un viaje de trabajo. Claro, ahora, con mi edad, sé que estaban en prisión por asuntos de robo y drogas. También soy conocedora de que, los que querían adoptar eran mis abuelos pero fueron mis padres a hacer el “paripé” ya que a ellos no les aceptaban la adopción, por su edad. 

Mi abuela, era consciente de que algo me pasaba. Yo, no era como las demás niñas. Todo se me complicaba: desde limpiarme al ir al baño hasta poner los calcetines. Empecé en terapias psicológicas desde muy niña.La primera fue con cinco años. Tras un año demédicos de un lado para el otro, por fin me diagnosticaron de algo. Tengo T.E.A (Trastorno del Espectro Autista). Ni sabréis lo qué es. Pus bien, es una afección relacionada con el desarrollo del cerebro que afectala manera en la que una persona percibe las cosas y socializa. Mi abuela, a pesar de su edad, nunca me dejó de lado. 

Hablo mucho de ella y no de mi abuelo porque él el pobrecito, tiene Alzheimer desde mucho antes de que yo llegara a esta casa. 

No solamente tuve que adaptarme en un nuevo hogar, familia, ciudad... a mayores, tuve que luchar por (sobre) vivir. Es complicado. Nada en la ciudad está pensado para gente con T.E.A, ni en la vida. Y tampoco en la sociedad.

Gracias a mi abuela, terapeutas y psicólogos, en la actualidad soy una chica de provecho. Aprendí las normas de higiene, las de limpiar la casa, controlé mis ataques de nervios, mis chillidos... Gloria siempre estuvo conmigo de la mano. 

La conexión que sentí con los autobuses al llegar a Ourense, era real. Tanto fue así que, hoy en día, tengo memorizados en mi mente los sonidos de todos los autobuses, sus matrículas, sus números de serie, sus rutas, horarios y hasta la publicidad de cada uno de ellos. Mi abuelita me llevaba cada día a hacer una ruta en el autobús. ¡ Menuda paciencia! También me enseñó a socializar y hasta consigue robarme algún que otro beso. ¡No sé como lo hace! ¡Es mágica! 

Soy capaz de moverme yo sola por la ciudad y también puedo hacer la compra. Aprendí, una vez más, a (sobre) vivir en un lugar en el que no está pensado para los de nuestra condición. 

Un lugar complicado. Mucho. Todo lo que tengo se lo debo a ellos. Mis abuelos. Mi motor y las piezas clave en el rompecabezas. Hoy, una vez más, con los pelos de punta, me gradué. Soy oficialmente profesora P.T. para niños con problemas. ¿Paradógico, verdad? Puess aquí la importancia de luchar y de recibir apoyo, comprensión, cariño... Aquí la importancia de los abuelos. Aquí está la importancia de aprender a (sobre) vivir. 

No fue fácil pero si queremos. Lo logramos. Gracias “yayos” Teodoro y Gloria por todo. Gracias. 

Mi ángel

Segundo premio: Adriana Piñeiro Varela, 3º de ESO (Divina Pastora Franciscanas, Ourense)

Hasta hoy mi vida era una vida normal, quizás mejor que la vida de cualquier otro adolescente de 14 años, era hija única y tenía una vida muy cómoda, realmente y aunque está mal decirlo tenía todo lo que una chica de 14 años puede pedir , siempre refiriéndome a lo material, mis padres eran buenas personas, de nivel económico alto, ya un poco mayores, y que tardaron mucho en ser padres por muchas dificultades físicas que les impedían concebir. 

Ni que decir tiene que a mi me colmaron de regalos, de afecto, de cariño y en ocasiones llegué a ser un poco caprichosa, un poco exigente, y veis que os hablo en pasado porque es evidente que la vida te coloca siempre en su lugar. 

A pesar de tenerlo todo, siempre eché de menos la presencia de abuelos, mis padres al ser mayores yo ya no conocí a mis abuelos, y aunque siempre dicen que no echas de menos lo que nunca has tenido. En mi caso observaba a mis compañeros que decían : “hoy voy a comer con mi abuela”, “estuve ayer jugando a las cartas con mi abuelo”, yo quería saber lo que se sentía y al final y os voy a contar de que manera la vida también me recompensó con eso. 

Era lunes y salí del instituto a las 2 de la tarde como siempre hambrienta para coger el autobús que me llevaría a casa, pero me distraje con el móvil y perdí el autobús por lo que me tocó ir caminando.

Por el camino a casa había un viejecillo pidiendo unas monedas y sentado en el suelo, su ropa era andrajosa , y su barba de muchos meses blanquecina y sucia , me pidió una moneda y yo se la di , pero en ese momento algo paso por mi cabeza, o por mi cuerpo o que se yo , aquel hombre mayor, dulce tenía una mirada que no podía apartar de mi mente, sus ojos me decían que volviese a verlo, y no podía parar de pensar en él. 

Pasaron las semanas y yo perdía todos los días el autobús a propósito para ver a aquel hombre , le daba una moneda y también conversación, se llamaba Angel, un nombre muy apropiado para sus ojos, pensé, y tenía una conversación muy agradable, se notaba que había sido un hombre culto y que el devenir de la vida no le había sido favorable. 

Me contó que había tenido una hija, su pequeña Laura, él había perdido su trabajo y su hija se había quedado embarazada muy joven, dando a su hijo en adopción, sus ojos se llenaron de lagrimas, al mismo tiempo que los míos también. 

Nunca llegó a conocer a su nieto o nieta porque su hija murió en el parto y a el no le dejaron ni siquiera ver su cadáver. 

Había intentado buscar a su nieto pero no tenía trabajo, no tenía medios y ahora a su edad ya no tenía fuerzas para seguir. 

Meses más tarde yo no podía pasar ni un solo día sin ver a Ángel, su voz me hacia bien, me reconfortaba y mis padres se enteraron porque siempre llegaba tarde a casa. 

Cuando les conté la historia de Ángel y de su hija, la cara de mi madre empezó a palidecer, como si de repente el pasado de golpe y como una tormenta viniese a su vida, se que cuchicheaba a mis espaldas con mi padre y estaban los dos muy raros. 

Una noche me dijeron que tenían que hablarme, que contarme una cosa importante, la cara de ambos era un poema, estaban temblando, me senté en el sofá y comenzaron a contarme: 

-”Verás hija, tu madre y yo siempre quisimos ser padres, pero teníamos muchos problemas y tras años visitando miles de médicos, decidimos que no queríamos vivir sin sentir la paternidad, por lo que , dado los grandes contactos que yo tengo por mi trabajo se nos dio la oportunidad de adoptar a un bebé recién nacido cuya madre había muerto en el parto y que estaba solito en la vida, no tenía a nadie”. 

Yo quería morirme, era adoptada, no lo podía creer, pero en el medio de mi desesperación mi único pensamiento era Ángel, salí corriendo a encontrarme con él, y allí estaba como siempre con su sonrisa en la mirada , él era el único que me consolaba en mi tragedia, y más tarde supe por qué. 

Volví a casa a que mis padres me contaran todos los detalles que en un principio me negué a escuchar, mi madre me contó que mi madre biológica se llamaba Laura, que era muy joven y había muerto sola en el paritorio. 

Mil descargas recorrieron mi cuerpo, Laura era mi madre, pero lo mejor Ángel era mi abuelo, miles de emociones pasaron por mi cabeza pero había algo importante, tenía un abuelo. 

Días mas tarde y tras una prueba de ADN, aunque yo no la necesitaba, se confirmó que Ángel era mi abuelo, lo trajimos a vivir con nosotros y ahora realmente es cuando me doy cuenta que tengo todo lo que necesito, mi abuelo es lo más grande de este mundo, ningún niño debería crecer sin su abuelo, es la ternura, el amor mas profundo sin esperar nada a cambio.  Esto es un homenaje a mi ABUELO, te quiero mi ángel.

Lo que daría yo por…

Tercer premio: Laura Sabucedo Sequeiros, 3º de ESO (Carmelitas, Ourense)

Jamás agradecemos al sol por bañar nuestro día hasta que llega la noche y cubre todo con su manto oscuro. Jamás agradecemos tener electricidad hasta que se va la luz. Jamás agradecemos tener la nariz despejada hasta que pillamos un catarro. Jamás agradecemos algo hasta que lo perdemos, ahí es cuándo nos damos cuenta de lo felices que éramos y lo poco que lo aprovechábamos. 

La profesora de lengua sonrió y dijo que podíamos participar en el concurso de “La Región”, un concurso sobre escritura o dibujo. Inmediatamente mi cerebro dijo “sí”, dijo “quiero participar ya”, en ese momento añadió la profesora “la temática del concurso es sobre los jóvenes y los mayores”. 

Miré alrededor y algunos me miraron instintivamente, giré la cabeza y miré al pupitre mientras mis pensamientos corrían solos: 

Lo que daría yo..., lo que daría yo por un abrazo, por un beso de mi abuela, lo que daría yo. Lo que daría yo por una tarde con ella, por una tarde cantando canciones gallegas sentadas en su cama. Lo que daría yo por una comida casera rica, de esas buenas, sabrosas: sardinas, tortilla de patata, croquetas... ¡Ay! lo que daría yo por un huevo frito bien hecho. 

Lo que daría yo por volver a aquellos dulces sábados donde toda la familia se reunía, donde no importaba nada, todos éramos uno. Lo que daría yo por volver a sentarme en esas sillas al lado de mi abuela mientras me preguntaba con insistencia “Queres un pouquiño máis?” a la par que se levantaba para echarme un montón de judías en el plato. 

Lo que daría yo por escuchar aquellas muiñeiras de mi abuela con el coro del pueblo, lo que yo daría por volver a cantar con ella, cualquier canción, “Lela”, “Un clavel”, cualquiera. 

Lo que daria yo por dormir una noche en su casa y levantarme, dejar que me peinara, echarme agua en la cara e ir las dos a la misa de los domingos. Lo que yo daría por un viaje en coche al conservatorio, por todas las veces que hizo de taxi por mí, por todas las veces que subió, bajó, subió y volvió a bajar con tal de hacer que su nieta pudiera estar en todos los sitios que quisiera a la vez. 

Lo que yo daría por una cena familiar de Navidad, de esas en las que la abuela iba a toda pastilla con la comida de un lado a otro, de esas en las que los turrones sobraban, o unas campanadas a toda prisa, cogiendo los racimos rápidamente, buscando las uvas pequeñas con mi abuela para posteriormente atragantarnos igualmente. 

Lo que yo daría por una historia larga, enorme, de esas que contaba una y otra vez repitiéndose, de esas de mis tatarabuelos, de las antiguas fiestas o simplemente historias de la vida humilde del pueblo. 

Lo que yo daría por una sonrisa, una charla, un abrazo, un beso, una canción, un relato, una tarde, una misa, una comida de los sábados... Lo que yo daría trascendería las palabras, no se podría sumar, restar, multiplicar, no, lo que yo daría por cosas cotidianas como un saludo con mi abuela es mucho más de lo que cualquiera podría dar. 

Por eso en ese momento pensé en lo poco que valoramos las cosas, no es hasta que no están que nos damos cuenta que aquel pequeño y minúsculo acto que hacíamos todos los días llamado “rutina” era realmente lo que nos hacía felices. 

Finalmente decidí participar en el concurso para enseñarle a todos aquellos que tenían la suerte de tener a personas mayores a su lado que aprovecharan cada segundo, cada instante, ya que todo cuenta y podemos aprender muchas cosas tanto nosotros de ellos como ellos de nosotros. 

Pero pese a todo pensé en escribir el texto feliz, para demostrar el amor que mi abuela y yo nos teníamos, y para demostrar que aunque duela  despedirse de aquellas personas que queremos, siempre vivirán en nuestros recuerdos. 

Por eso levanté la mirada y susurré: “lo que daría yo por volver a estar contigo, abuela” .

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