Opinión

Los bomberos de las Mercedes

La verdad es que ahora mismo no recuerdo si se llamaba la Plaza o el Campo de las Mercedes, la que estaba en lo alto de la ciudad, a un paso del cementerio y se diría que justo al pie del Monte Alegre al que, me dicen, se le llama ahora Monte Ledo.

Con esto de la toponimia ando yo algo escaldado desde niño. No sólo por aquella barbaridad de llamarle Niño de la Guía a Niño da Águia, a Niñodaguia, sino por otras posteriores. Podremos un ejemplo, a guisa de saludo,que o lo han corregido ya o a la playa pontevedresa Burato da Londra, es decir, al gallego tobo, o a la castellana madriguera, que es como se le llama al hogar de la nutria, le seguirán llamando Burato da Alondra que no es ni una cosa, ni la otra.

Alondras, es decir, cotovías en este país haber las hay, al menos de momento, pero las nutrias que se habían esfumado incluso vuelven a nadar en nuestras rías como antaño lo hacían. Los tiempos se mecen siempre en un vaivén que unas veces acuna y marea en otras tantas. Pero hablábamos del Campo de las Mercedes.

En él, en el Campo de las Mercedes, estaba el parque de bomberos. Tenía una torre que en mi niñez se nos podía antojar poco menos que un rascacielos, tan alta y esbelta se nos ofrecía. Estaba pintada, si bien recuerdo, de un gris azulado, quizás de un azul grisáceo, y estaba hueca por dentro de modo que en sus prácticas y simulacros los bomberos ascendían por ella gracias a unos escalones de hierro incrustados en las paredes o por una escalera exterior surgida del lomo de uno de sus coches bomba.

La torre era estrecha y alta, como les dije, con ventanas a los cuatro puntos de la rosa de los vientos, una por piso, quiere decirse, cuatro en cada uno de ellos, a las se asomaban los bomberos antes de descender de nuevo. Podían hacerlo por un tubo metálico que la recorría de arriba abajo en toda su altura o dejándose caer por un tubo de lona que colgaban desde el alfeizar de la ventana como si fuese un tobogán. Siempre desee poder emularlos en uno de esos simulacros. No fue así, bien que lo siento.

Contemplábamos sus prácticas desde las ventanas del colegio menor en el que estábamos internados unos niños que, al parecer, estábamos llamados a ser los líderes del mañana, Excuso decir adscritos a qué sistema ideológico. Lo comento así porque, yo siempre me vi forzado a navegar entre dos aguas.

Mi abuelo materno había sido de Izquierda Republicana mientras que el paterno era de derechas, monárquico y nada franquista, pero de derechas, lo que se decía gente de orden. Eran primos carnales. Por eso no tiene nada de particular que los genes de mis padres fuesen encontrados. Lo hicieron de modo y manera, como decía el Padre Legísima, canónigo que nos daba clase de Religión, que mientras mi padre fue un galleguista de izquierdas, fallecido tempranamente, mi madre terminase siéndolo pues, habiendo pasado por la Sección Femenina, poco, pero suficientemente, y venerando la memoria de su padre como la veneró, acabo sus días convertida en una muy venerable anciana de noventa y cuatro años con la mente tan abierta como puedan tenerla hoy los jóvenes más avispados. Así que nunca me plantee a cuál de mis abuelos no debería visitarlo en a su tumba y siempre visité a los dos. Pero hablábamos del colegio y de los líderes en ciernes. Yo era uno de ellos.

Cuando cumplí los dieciocho y debía empezar mi carrera político afiliándome al Movimiento dije que nones y no poca de mi familia materna, en la que nadie hablaba de mi fallecido abuelo radical socialista excepto mi madre, dejó de hablarme durante unos cuantos años, pocos, pero también más que suficientes.

Eran aquellos tiempos que ya apenas se recuerdan. Me atrevo a hacerlo yo, en estas evocaciones dominicales, no por un afán de enternecer a los mayores, tampoco por el adoctrinar a los más jóvenes, sino para que se sepa de donde procedemos y no se nos olvide.
Somos gente que, en sitios como en aquel internado de la plaza de las Mercedes, escuchábamos la radio por medio de un receptor de galena. ¿Se acuerdan de ellos los más viejos? Consistían en una ampollita que en su interior contenía un trocito de ese mineral al que se le oponía una especie de jack que hiciese contacto con él en algún punto concreto, pero a determinar, en el que establecido el contacto, la galena serviría para sintonizar las ondas hercianas que la antena, conectada al jergón metálico de la cama, nos permitiese escuchar emisoras que incluso fuesen muy lejanas.
Somos una generación que utilizó la radio de galena y, más tarde, las multicopistas llamadas vietnamitas, de modo y manera (¡Viva el Padre Legísima!) que desde su uso accedimos al actual de los teléfonos inteligentes desde que los que podemos hablar, al tiempo de vernos las caras, con cualquier amigo esté en el lugar del mundo en el que esté o al que la buena o mala suerte lo hayan conducido.

Y también venimos de la pringosa vietnamita a la impresora tridimensional que no les voy a explicar a ustedes que maravillas pueden ser reproducidas gracias a ella. Sin duda que, pese a todos los pesares, viendo todo lo que llevamos visto y aun lo que nos queda por ver, podremos decir que vivir ha sido para todos nosotros un enorme privilegio.
No sé si los bomberos siguen en su antiguo parque, es de suponer que no, y hasta ignoro si los de Ourense se fotografían anualmente para ilustrar almanaques que sean gloria y contento de damas recatadas o sirvan para adornar cabinas de camiones conducidos por fogosas jóvenes de carácter incendiario que necesiten tener siempre calientes los motores.

Quienes los veíamos deslizarse por el tubo de lona y escuchábamos la radios de galena hemos salido tan variopintos como nuestros abuelos, algún día podremos evocar alguno de sus nombres; por hoy, baste decir que en los primeros años del autogobierno de Galicia el ochenta por ciento de los altos cargos de la Xunta estaba compuesto por ex sacerdotes o ex seminaristas formados en las distintas diócesis y que el veinte por ciento restante lo compusieron, en su mayoría, ex alumnos del colegio menor de Ourense secundándonos por los procedentes del de Lugo. Ahora, todos nosotros, somos ya una especie en extinción. Dentro de nada nos pasará como a las radios de galena. Nadie se acordará ya de que existimos algún día.

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