Opinión

¿Se maquilla Mariano?

Cuando estuve en el machito aprendí algunas cosas y, falto por completo de rubor alguno, confieso alguna de ellas; lo hago de vez en cuando. Hoy toca. aunque solo sea a medias y lo aprendido sea de una simpleza que espeluzna. El caso es que, hace treinta años, caminaba yo por la compostelana Praza Roxa yendo de camino hacia el piso en el que vivía por aquel entonces. Iba cargado con dos bolsas de plástico, una en cada mano, colgando cada una de ellas de mis brazos extendidos a lo largo de mi cuerpo y ocupadas por las compras recién hechas en un supermercado. Así iba. La verdad es que iba bien cargado.  Al pasar por delante de una cafetería de las varias que hay en la plaza oigo una voz detrás de mí que dice: "Mira el conselleiro que tranquilo va con la compra como cualquier otro ciudadano". Confieso que me agradó el comentario, para qué engañarme. No bien anduve unos pocos pasos y según empezaba a ascender la cuesta que me llevaría a mi casa oí otro comentario: "Mira el cabrón del conselleiro, haciendo demagogia paseando sus bolsitas". Confirmé, entonces, lo que ya sabía: que hagas lo que hagas, elijas el criterio que elijas, optes por lo que optes, siempre habrá alguien al que le parezca bien y alguien a que no solo no le parezca bien sino que le ha de parecer absolutamente mal del todo. ¿Solución? Seguir siempre tu propio criterio aceptado el riesgo, siempre cierto, de equivocarte. Lo que siempre se dijo tirar por la calle de en medio.

Me acordé de esto que acabo de contarles, hoy, según salía de otro supermercado, al oír otro  comentario inesperado aunque en esta ocasión no fuese referido a mí. ¿A quién, entonces? Veánlo ustedes mismos. El comentario fue: "¡Franco no se maquillaba!" Me dí la vuelta como impulsado por no sé qué resorte al recordar la afirmación de un compañero que, estando al fondo de la alameda, cuando aún existía la que llamábamos La Barranca del Barbaña, afirmó un día completamente en serio que Franco, si se tiraba por ella abajo, no se mataba y matar no se mataría, pero quedar iba a quedar hecho unos zorros. Quién así proclamaba ahora la viril integridad franquista era un caballero de mediana edad, cuya barriguita cervecera sobresalía, ocultando la cintura de sus pantalones cortos  (unas bermudas de colores) que empataban en lugar más o menos debido con una camiseta de esas que llevan escrita una frase lapidaria justo encima de los pectorales.  Vista su cara, me di la vuelta enseguida, y seguí caminando como si nada hubiera  oído y no me hubiese dado la vuelta de modo reflejo e impremeditado tal y como efectivamente había sucedido.

Al llegar a casa, todavía sorprendido, supe a qué se debía el comentario que más de uno calificará de patriótico cuando en realidad lo que esconde no es un fervoroso amor a la patria, sino una veneración extrema por quien se proclamó caudillo.

El comentario debía venir a cuento de que el presidente francés se maquilla y se gasta un pastón en ello; de que antecesor también se maquillaba gastando además los caudales públicos en remunerar al peluquero que le ayudaba a disimular la calvicie algo más que incipiente que padecía y, oh, maldición, Mitterrand también se maquillaba. Que lo haga Donald Trump ya me sorprende menos y que lo haga la Merkel  ya no me sorprende nada.

El caso es que dándole vueltas a estas cosas y teniendo en cuenta la edad en la que me aventuro y me induce a las frivolidades que antes ni yo mismo me consentía, me dio en pensar en nuestro Mariano y en los servicios de maquillaje que pudiera tener contratados. Llegué a la conclusión de que no, de que nuestro Mariano, como Franco, no se maquilla en absoluto. Lo creo así visto que tuvo que cambiar el tinte de su cabello ante las oprobiosas críticas que antaño impregnaron su figura de estadista. El tinte que usaba era tan malo que, como las cámaras lo cogiesen de trasluz, se ofrecía a los espectadores de la televisión de un color que no siendo estropajo lo parecía y se aproximaba mucho al castaño rojizo de las viejas marujas de floreada bata de guata con la que se inició el prodigio de Inditex, un imperio. Si alguien presta tan poca atención y mimo a la mata de pelo que cubre su caja de las ideas, por muy escasas que estas sean, mejor no decir nada, no hacer la más mínima referencia pues, visto y considerado el caso, es improbable que nuestro Mariano se maquille. Un macho ibérico es un macho ibérico aquí y en Marte.

Como supondrán los más de mis lectores me quedé tranquilo al deducir que nuestro presidente no se gasta un euro en afeites que lo hagan aparecer hecho un pimpollo. Mariano, al parecer nos es muy coqueto. A lo más que nuestro presidente llega en criterios estéticos es a imponer un modo marcha que nos tiene a todos subyugados cada vez que lo vemos pasear, en compañía de un amigo, por los alrededores del monasterio en los que San Ero se tiró tres años escuchado trinar al pajarito, tan dulce y embelesador debió de ser su canto. Dicho y considerado lo que precede, leído y releído que fue debidamente, la única duda a formular es la de si nuestro Mariano maquilla al menos sus ideas. Creo que tampoco. Está claro, muy claro, cuáles son estas que, aunque no maquilladas, aparecen muy disimuladas porque siempre las formula otro, sin ni siquiera aludir su nombre mientras él, astutamente, calla. Decididamente, Mariano no maquilla nada.

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