Opinión

Yo también soy gallego

Uno va por el mundo a golpe de estereotipos. Reduciendo identidades con escuetas definiciones caracterológicas y culturales. A modo de comodines que revelan ineptitud y pereza cultural. Es como si la identidad de uno, ninguneada, formara parte del conjunto de una etnia, que la distingue y la diferencia una lengua, una cultura y una prosapia peculiar. Uno ha vivido el estereotipo de ser gallego en propia carne. El del gallego inculto, tontarrón, que discurrió por las calles de Montevideo, Buenos Aires y La Habana y era objeto de chistes y chascarrillos peyorativos; el del gallego avispado que nunca delata, en su verbo ambiguo y marcado acento, su última decisión; o el ramplón y forzudo que servía de mozo de carga en el Madrid del pasado siglo. O el tacaño o doble o mísero de sí mismo, que saltó en las páginas de distinguidas plumas, y ya perfilado en la lejanía del pasado celta. Como el escocés también emigrante (por tierras de la India, Australia, Nueva Zelanda), tozudo y tacaño.

'Gallego' es el título del apenas celebrado escrito de Camilo José Cela, y lo es en el relato testimonial del cubano Miguel Barnett (que dio en un mediocre film). Salta, su figura, salpicada de disparates y de intelectual penuria cultural, en páginas de Ernest Hemingway ('Death in the Afternoon'), que años ha leí con perplejidad: una obsesiva retahíla de estereotipos propios del viajero extranjero que describe al Otro desde la lupa de su asegurada y firme identidad; al gallego como 'cunning, often stupid' (astuto, con frecuencia estúpido). Incidió de nuevo en el tópico, en este caso de 'lo español', el afamado actor Michael Douglas para quien 'Spain is different'. Realzaba de su pasada historia la conjunción de las tres culturas (judíos, árabes y cristianos) y la presencia de la nefasta Inquisición. Pero ya en el 'Quijote' se alude a la gallega voluptuosa, y a las jacas del mismo origen, ansiosas de ligar con el derruido Rocinante. Y la imagen del judío avaro fue genialmente fijada en 'El mercader de Venecia' de Shakespeare.

Lo mismo sucede con irlandeses y polacos en Estados Unidos; con el chino esclavo de su trabajo, con el caribeño flojo y abúlico, con el latino que deja todo para 'mañana', y hasta con el habitante de Lepe, objeto de numerosos chistes y chascarrillos. Recordemos el '¡gallego, cobarde!' o '¡gallego, el último!'.

Molesta el estereotipo: una imagen mental, simplificada, sobre una etnia que comparte ciertas afinidades: aptitudes, creencias, lengua. Ataja las múltiples identidades de un país, de una región o pueblo, y las del mismo individuo que las va alterando en el transcurso de su existencia. Porque la identidad es variable, movible y diferente e individual en cada persona.

Ante la pregunta dirigida por Iñaki Gabilondo a Rosa Díez sobre su opinión respecto a un personaje político (Zapatero, Rajoy) la respuesta fue tajante: 'es gallego'. La lejana fórmula despectiva basada en un estereotipo negativo delata, en este caso, una grave ineptitud crítica que raya, una vez más, en el tópico insultante, discriminatorio y ofensivo, impropia del político o política con altura y visión de cambio.

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