Sorprendía ver a Ángel Llácer en los territorios de Antena 3 como Pedro por su casa. En la cadena de los Simpson. Como si estuviese instalado en ella durante toda su vida actual y alguna de las anteriores. Y es que La escobilla nacional es un programa intercambiable, que podría emitirse indistintamente tanto en la cadena que le acoge como en Telecinco, que a fin de cuentas es el blanco de las dianas de casi todas las parodias. Las situaciones, personajes, invitados, contertulios y famosetes que lo alimentan proceden de ese submundo que hemos convenido en llamar telebasura.
Uno de los logros más felices de La escobilla nacional lo encontramos cuando el plató, convertido en circo, nos evoca al de las Crónicas marcianas más bizarras. A esos momentos inenarrables en los Crónicas se convertía en un cartoon donde todos, tertulianos e invitados, se perseguían alrededor de la mesa, se peleaban, se enredaban. Sucedió, por ejemplo, cuando el clon de la duquesa de Alba se enzarzó contra las cámaras, y las zarandeó. Y declarando en la revista Facturas, con tipografía de la más conocida: Hago lo que me sale del mondongo.
Mención aparte merece la con tribución de los excelsos actores que se metamorfosean. En la nómina de La escobilla nacional se encuentran algunos de los grandes. Estaban Silvia Abril y Yolanda Ramos. Excusas más que suficientes para asegurar chispazos hilarantes. Todos interpretan personajes. Todos menos el presentador, Ángel Llácer, al que a pesar del peso del guión, se le ve en su salsa. Llevando ese Jordi Gonález que lleva dentro. Mostrando ese savoir faire de los comunicadores catalanes que, más allá del tópico, existe, como quedó demostrado por enésima vez en el estreno de La escobilla nacional.