Opinión

Las armas verbales

Un golpe puede dejar una señal visible en el cuerpo, una herida que curará y que, si hay mala suerte, dejará un rastro en forma de cicatriz, a modo de recuerdo. Otras veces es tan rápido que solo causa un dolor instantáneo y desaparece sin dejar huella. Dejando al margen torturas y palizas que imprimen terror, los golpes físicos se olvidan casi con tanta rapidez, como la velocidad con la que han aterrizado en alguna parte de nuestra anatomía. No ocurre lo mismo con las palabras. Parecen más suaves, menos terroríficas, poco dañinas, y sin embargo, el dolor que pueden llegar a causar es capaz de rasgarnos una y otra vez, aún a pesar del transcurso de los años, causando tanto daño como el primer día. Lo sabe bien Lucas, cuya baja autoestima le ha impedido dedicarse a las cosas que le gustaban, que se sigue escondiendo siempre que puede de los demás, y que no acaba de creerse que es un ser muy válido. Y todo por las insultantes palabras que le dirigía parte de su familia, insistiendo constantemente en que era un inútil. O Lucía que tuvo que ser ingresada porque perdía peso a la misma velocidad con la que ella se veía engordar frente al espejo, y siempre pensaba que no era suficiente, que aún sobraba algún gramo más. Demasiadas "estás gorda", demasiados "barriletes" que, al fin, la metieron en un hospital. Y también está Jorge, con una timidez excesiva y problemas de conducta de tantas veces que, señalándole con el dedo y entre burlas, le gritaron "cuatrojos, no vales nada". Al final, las palabras dejan una herida mucho mayor porque quedan impresas en nosotros a fuego y aparecen a su antojo, cuándo quieren y cómo quieren. No hay antibióticos, ni operaciones estéticas, ni nada que pueda hacerlas desaparecer, que pueda hacernos creer que nunca fueron dichas ni nunca escuchadas. Algunas incluso pueden herir de muerte porque se incrustan y nunca nada vuelve a ser lo mismo. Pero también son crueles las palabras no dichas, las que quisimos pronunciar y no pudimos, las que no salieron de nosotros para consolar, animar, ayudar o,simplemente, querer. Y a pesar de todo, cada vez las despojamos más de su valor y las lanzamos contra el aire sin importarnos adónde puedan llegar. No siempre es cierto que el viento se las lleve.

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