Opinión

Cesta para huevos

Cesta para huevos.
photo_camera Cesta para huevos.

Me gusta pensar que un objeto es más significante si antes de estar conmigo fue de otro. Sentir que tiene vidas pasadas y que ahora me acompaña en esta cuenta atrás fuera de la tierra. Eso, si no me entierran en uno de esos ridículos cajones de hormigón que han llenado de feísmo los cementerios, que antes se llamaban camposantos. En fin. Que lo que acumulemos en lo que nos dura la cuerda terminará también en el rastro, que son los cementerios de las cosas y también esperan una resurrección. Traigo esta sensación conmigo con los objetos que inauguro para una dinastía imposible, como esta cesta para huevos.

Una cesta de forma oval, que tiene una pancita hermosa y un asa para transportarla con facilidad. También unas patas leves donde apoyarla dulcemente. Es la versión moderna de las viejas cestas de hierro que usaban los antiguos, pero fabricada en acero cromado, libre de óxidos e infecciones, como exige esta sociedad higienizada. En ella guardo los huevos frescos que nos compra mi madre y los que me regalan amigos dueños de gallinas libres. La cesta vive sobre la mesa de la cocina. Alguien me dijo que los huevos no necesitan refrigeración artificial, sino paz y tiempo, como las personas y los árboles. Por eso no los dejo en la oscuridad helada de la nevera, que sería como vivir en la noche de la estepa. Según llegan, los voy colocando en la cesta con prudencia, sin moverlos mucho. Cuando se llena, me detengo de vez en cuando a contemplar su población: huevos morenos, blancos o azulados, limpios o con restos de gallinaza, diversos como rostros en una ciudad portuaria. 

Hace unos días me visitó un amigo y quiso huevos pasados por agua. Era el desayuno que le hacía su madre en su país lejano cuando era niño. Buscamos dos candidatos mientras cantaba la oropéndola, porque la mañana era larga y desocupada y sólo los oídos desocupados distinguen a este pájaro huidizo. Esta es la bondad de la cesta: contener huevos y llamar al apetito y al recuerdo exhibiendo su belleza. La hermosura cotidiana nos rescata en lo profundo. Da perspectiva a los días. Cordura entre el ruido. Llenemos de eso las cestas.

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