Opinión

DE BALCONES Y PECADOS CAPITALES

Quizás por casualidad o como una premonición de lo que ocurriría al día siguiente, de paso por Madrid y en plena jornada de reflexión, me dio por ir al cine y ver 'Habemus Papam', del italiano Nanni Moretti. La escena principal de la satírica película transcurre en el balcón del Vaticano, donde una multitud de fieles espera la salida del recién proclamado papa, elegido de forma inesperada después de una complicada votación del Colegio Cardenalicio, encerrado para ello hasta la 'fumata blanca' en la Capilla Sixtina.


Y como siempre ocurre en ese tipo de momentos-balcón, rodeado de lo más granado de la Curia, el ya sumo pontífice parece disponerse a pronunciar sus primeras palabras que, sin duda, recibirán todos los elogios, sean cuales sean. Así ha sido siempre y así debe ser, seguramente.


Pero a diferencia de lo ocurrido horas más tarde en la calle Génova, el papa, para sorpresa y estupor de propios y extraños, lanza un grito estremecedor y se niega a comparecer ante el gentío que le espera, abrumado y sobrepasado por la enorme responsabilidad que acaba de caer sobre sus hombros.


Nada más convincente y conmovedor que el permanente gesto de horror y perplejidad del genial y veterano actor Michel Piccoli, de espantada por las calles de Roma buscando algo de tiempo para pensar qué hacer. Rodeado de gente normal que disfruta y sufre, alejada de la representación y el boato. De millones de espectadores del Gran Teatro del Mundo que a él, por un extraño capricho del destino, le toca protagonizar. Y cuyo papel finalmente rechaza no por un problema de fe, sino por simple honestidad personal.


Una interpretación, la de Michel Piccoli, que recuerda la de 'París-Tombuctú' de Berlanga, en la que el cirujano francés que en ese caso interpreta, coge una mañana su bicicleta y comienza el gran viaje que le alejará de un pasado de impotencia lujosa para detenerse en las voluptuosas curvas de Fedra Llorente. Y vivir, en un pueblo de Valencia, un presente sencillo y dichoso.


Una película, el 'Habemus' de Moretti, que muestra en su ingenuo alegato sobre las contradicciones del poder, los rasgos esenciales de la condición humana, siempre en la frontera del miedo y el valor, de la locura y la lucidez... Y lo hace en la figura de un papa demasiado normal para creérselo, que escapa de un balcón antes de que éste le atrape para siempre.


Después, antes de volver a Ourense en tren para ejercer el derecho al voto, tuve tiempo de dar un paseo por El Prado. Por la imprescindible exposición de 'El Hermitage', el mejor legado de los zares, la cosecha más brillante de aquellos tiempos de 'despotismo ilustrado' que algunos, aún hoy, añoran en silencio. Y pasar después por alguna de mis salas favoritas de la colección permanente. En concreto por la 56A, donde en los cuadros de 'El Bosco' siempre aparecen detalles e historias nuevas que, con un poco de imaginación, pueden venir al pelo. Como la que en esta ocasión encuentro en la 'Mesa de los pecados capitales' y en las citas del Deuteronomio que aparecen en sus filacterias: 'Porque esa gente ha perdido el juicio, si fueran sensatos entenderían estas cosas, comprenderían la suerte que les espera?'


Balcones, escenarios abiertos donde también habitan la soberbia, la pereza y la avaricia. Teatros abarrotados de gente que observa el espectáculo y siempre aplaude al triunfador haga lo que haga, diga lo que diga. Para, más pronto que tarde, dudar de él, como en su día hizo Don Pío Cabanillas cuando brillantemente afirmó: 'Yo ya no sé si soy de los nuestros'.

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