Opinión

LAS DELGADAS LÍNEAS ROJAS

Dice Felipe González que no estamos al borde del abismo, sino ya en él. Estoy de acuerdo. Estar en el abismo es experimentar la caída libre hacia un fondo que no puede vislumbrarse con claridad hasta el final del trayecto. En ello estamos, con el plomo en las alas de un estilo de vida y una escala de valores que no volverán jamás: ni en la economía, ni en el modelo productivo, ni en las expectativas de los ciudadanos, ni en las pautas de relación de las personas entre sí, ni en el papel de la familia, la empresa, la ciudad, la política...


La vieja y civilizada Europa es además ?quién nos lo iba a decir hace unos pocos años- el epicentro de la decadencia que nos toca transitar, la sima que tanto preocupa ahora al resto del mundo globalizado. El pánico se extiende más cada día. También los mercados están asustados con esta dinámica que, incluso a ellos, les supera. De otro modo no se entiende que George Soros, un tiburón de las finanzas ?un aventurero sin escrúpulos, dijo de él Paul Krugman-, firme junto a reputados socialdemócratas como Solchaga, Solana o Solbes, una 'Carta abierta a los líderes de la eurozona', pidiendo eurobonos y una estrategia que estimule el crecimiento y la convergencia de los estados europeos.


No hay duda de que el relato político y económico, compartido durante más de tres generaciones, se desmorona. Y es urgente construir uno nuevo, sin el habitual paternalismo de la izquierda ni el interesado electoralismo de la derecha. Trascendiendo lo inmediato para abrir ventanas al futuro. Con la verdad como el gran faro de la renovación. Es necesario que alguien nos explique donde estamos a día de hoy y, a renglón seguido, nos proponga una estrategia de cambio que otorgue herramientas de esperanza a los jóvenes, a los parados, a los padres, a los ancianos? En suma, un camino creíble por el que merezca la pena progresar.


Ese discurso nuevo debe contener deberes, derechos y líneas rojas. Deberes, porque es hora de decir que nadie puede esperar a que las soluciones le lleguen siempre de los poderes públicos, que toca trabajar más y mejor, cada uno donde se encuentre. Siempre hay algo que aportar, que aprender, que mejorar, que innovar?, para ser más productivos y útiles. Más preparados para lo que está por llegar. Poco avanzaremos si no hacemos otra cosa que rasgarnos las vestiduras ante los escándalos que nos rodean. La indignación es justa y necesaria, pero desde el ejemplo es más fuerte y consistente. Ofrecerse, por ejemplo, para operar de forma gratuita a los pacientes en lista de espera, es la mejor forma de oponerse a los recortes en los hospitales catalanes.


Las líneas rojas. Es necesario un nuevo modelo productivo, basado en el conocimiento en vez del enriquecimiento individual rápido. Sin una educación de calidad al alcance de todos, sin igualdad de oportunidades, no es posible alcanzarlo. Recortar en educación es cargarse el futuro. Desmantelar la sanidad pública más exitosa y barata del mundo, es atentar contra la cohesión social necesaria para un progreso sostenible. Olvidar la atención a los mayores y reducir la protección a los más desfavorecidos, es traicionar el espíritu solidario que nos ha hecho fuertes como país.


Pagar las deudas, reducir el déficit es imprescindible. Pero sin tocar las líneas rojas. Fuera de ellas hay otras telas que cortar, mucho fraude que combatir, reformas fiscales que emprender, políticas de estímulo e inversión pública que desarrollar, mucho gasto superfluo del que prescindir... Todo un gran reto colectivo. Materia abundante para líderes que entiendan la crisis como una oportunidad de progreso y renovación.


Delgadas líneas rojas. Y a quien las traspase ?vuelvo a Felipe-, que lo saquen por la ventana del pasado. Mucho de esto ?no todo- se lo escuché a Rubalcaba el domingo en Expourense. A Rajoy poco le he oído decir al respecto.

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