Opinión

Lenguaje político

Los socialistas tienen ante sí en los próximos meses dar respuesta al nuevo órdago que les va a lanzar el Gobierno para que se abstengan en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, bajo la amenaza de nuevas elecciones generales. Aunque el presidente del Gobierno manifestara su voluntad de agotar la legislatura, lo hizo con tantas cautelas que nada se puede dar por definitivo. De momento los socialistas se han manifestado con firmeza por el voto en contra, pero en la situación en la que se encuentran y a la espera de sanar sus heridas, cualquier declaración de firmeza respecto a sus posiciones futuras hay que entenderlas como parte del lenguaje político en el que cuando se dice no, se quiere decir tal vez.

El PSOE lo demostró con la abstención en la investidura de Rajoy y ahora vuelve a dar los mismos síntomas. Las declaraciones del presidente extremeño, Guillermo Fernández-Vara, uno de los muñidores de la operación para forzar la dimisión de Pedro Sánchez, son reveladoras al respecto cuando afirma que el PSOE “no aprobará los Presupuestos” pero que "no aprobarlos es una situación que no contemplamos", y que el Ejecutivo “tiene margen” para buscarse aliados que le aprueben la cuentas públicas. Esta acotación es, curiosamente, la misma que utilizaba Sánchez respecto a la investidura de Rajoy, con la vista puesta en el PNV, y revela como un argumento bien manejado por un político avieso sirve para defender una cosa y la contraria en un espacio muy breve de tiempo.

A los socialistas les aterroriza la posibilidad de unas nuevas elecciones, pero se encuentran ahora en la fase de la negación de la evidencia y tratan de mantener el tipo antes de verse ante la tesitura de una nueva abstención que sería letal para su proyecto e hipotecaría a la nueva dirección salida del próximo congreso, ante una gran coalición de facto sellada con su firma en los PGE. Por lo pronto los éxitos que se ha apuntado tras la abstención en la investidura al condicionar la acción del Gobierno y el debate parlamentario no le han reportado un reconocimiento ciudadano suficiente.

Si de perversión del lenguaje político se habla y de retorcimiento de los argumentos para situar la carga de la prueba en los demás, Mariano Rajoy se ha demostrado como un experto. Calificar el año pasado como “el de los sobresaltos políticos”, sin decir a continuación que fue el protagonista del primero de todos ellos, del que puso patas arriba toda la política nacional, al rechazar el ofrecimiento del rey a presentarse a la investidura, es tratar de pasar por víctima de los acontecimientos cuando se ha sido su catalizador. Sobre todo cuando no le ha ido tan mal.

Y acaba de dar otra muestra de cómo el lenguaje político sirve para justificar el mundo al revés. La única forma de alcanzar pactos “es cuando no hay mayorías absolutas", ha dicho. Nada más cierto a lo largo de la experiencia democrática acumulada. Lo que tiene más enjundia es añadir a continuación que "si tienes mayoría absoluta todos te van a votar en contra", cuando esa misma experiencia revela que, si algo caracteriza esas épocas, es la imposición de las leyes sin ningún tipo de diálogo con la oposición y la utilización del rodillo parlamentario. Por eso ahora, si no se logran derogar, se “cepillan”, que diría Alfonso Guerra.  

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