Opinión

Refugiados sin respuesta

En comparación con las avalanchas de personas que buscan refugio en Europa y que entran por las fronteras de Grecia y los países balcánicos para llegar a los países de la Unión Europea, las cifras de inmigrantes irregulares que pretenden entrar en España y que lo consiguen a bordo de frágiles pateras o incluso balsas de juguete es irrisoria en comparación con la magnitud del problema que se vive en otras fronteras exteriores de la UE.

La diferencia esencial entre unas migraciones y otras es su carácter. España asistió con el primer gobierno socialista de Rodríguez Zapatero a las oleadas de cayucos procedentes de Mauritania y Senegal que llegaban a las islas Canarias, pero aquella inmigración tenía en su mayoría carácter económico, aunque también hubiera personas que huían de las guerras civiles en los países del África Occidental. Ahora sin embargo, los inmigrantes procedentes mayoritariamente de Libia, huyen en barcos de los enfrentamientos entre las facciones que tratan de repartirse el país y a miles se dejan la vida en la travesía del Mediterráneo. También huyen de la guerra, la represión y la hambruna aquellos que cruzan Turquía procedentes de Siria, Iraq y Afganistán donde se libran distintas guerras de forma simultánea, para llegar a la UE y desplegarse por los países que les ofrecen algún tipo de garantía, como Alemania que no repatriará a ningún sirio, o hacia países donde tienen algún familiar o amigo que les pueda acoger u orientar.

La UE tiene establecida una política común sobre inmigración, pero se aplica con exasperante lentitud, no exenta de espectáculos tan poco edificantes como las reticencias de los gobiernos a aceptar las cuotas del reparto de inmigrantes sin papeles para dar cobertura legal a una parte irrisoria de aquellos que han llegado a los países miembro en los últimos tiempos, o con propuestas tan sui generis como el bombardeo de los barcos que utilizan la mafias para su travesía. Ante la inoperancia europea, los gobiernos europeos echan mano al recurso más fácil para abordar el problema, la represión, bien mediante el levantamiento de muros en la frontera como está haciendo a lo largo de sus 180 kilómetros con Serbia el gobierno ultraconservador de Hungría, aumentando la altura de la vallas y añadiendo concertinas, como hizo el español, o incrementando la presencia policial en el Eurotúnel, mientras los fondos para paliar el efecto de la oleada de inmigración en los países europeos fronterizos, Italia y Grecia para la creación de centros de acogida tampoco acaban de llegar, y no se crean de la noche a la mañana.

No obstante, la principal diferencia entre unos y otros países viene dada por la actitud hacia los refugiados. Cuando Alemania espera para este año 800.000, en España se concede ese estatus a unos pocos centenares de personas. Y toda esta crisis migratoria sin respuestas eficaces viene acompañada en algunos países con el resurgimiento de los movimientos xenófobos y neonazis como en el caso de Alemania, aunque Angela Merkel está dispuesta a aplicar una política de tolerancia cero con esas reacciones, que viene acompañada de una declaración contundente también de su socio de Gobierno, el SPD hacia la defensa de la seguridad y dignidad de los refugiados.

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