Opinión

Tienda de barrio

Otra tienda que ha cerrado en el barrio!, ¿y van? Maruja, la charcutera, ha puesto fin a su actividad empresarial y lo ha hecho sin avisar, como si un tsunami hubiera barrido su popular negocio. Sus clientes se agrupaban delante del establecimiento para poder leer la hermosa nota en que anunciaba su jubilación; se despedía de todos y agradecía la fidelidad de sus clientes. Los comentarios eran de sorpresa y preocupación: ¿dónde me trocearán el conejo con la maestría que lo hacían Maruja, Aurita o Sylvia?, ¿quién nos descuartizará los zancos de pollo para asar, de la forma que nos satisface? Algunos manifestaban el vacío que dejaba Maruja. Sabían que echarían de menos su agradable conversación llena de recuerdos y anécdotas. Aportaba ese contacto directo con el cliente que tanto se agradece. Pero Maruja no es la única que echa el cerrojo a su tienda de barrio. La pescadería de Cristina lo ha hecho hace pocas semanas, dejando a sus clientes con el recuerdo de su habilidad en la disección del pescado. Ese lento e inexorable destino del pequeño comerciante viene produciéndose desde hace años; los supermercados, las grandes cadenas, las franquicias, la venta online… van imponiéndose y con ello desapareciendo la empatía entre tendero y cliente.

Los recuerdos de mi infancia están muy vinculados con las pequeñas tiendas que había por toda la ciudad de Ourense. Muchas veces eran reconocidas por el nombre de su propietario, que le daba el marchamo de calidad. Los niños de aquella época solíamos hacer los pequeños recados que complementaban las compras que hacían nuestras madres y lo hacíamos con la seguridad de ser bien atendidos en las pequeñas tiendas de nuestros barrios. La ciudad estaba dividida en áreas de influencia de los establecimientos más singulares y había una sana competencia que se veía reflejada en los precios y en la calidad del producto.

En el mundo rural existía una simbiosis de dependencia entre los vecinos y la tienda del pueblo que ofrecía toda clase de mercancías y complementaba su actividad con la de cafetería, bar y restaurante; cualquier cliente era atendido satisfactoriamente y muchas veces “ao fiado”. Eran lugares entrañables que favorecían las relaciones sociales de todos los vecinos. Eran elementos tan esenciales como el cura, el médico, el maestro o la comadrona para dar seguridad y amparo a las necesidades más elementales en lugares apartados y de difícil comunicación.

Maruja empieza una nueva vida, podrá dedicarse a su familia, a la que tanto ama. Tendrá todo el tiempo del mundo para viajar, una de sus grandes pasiones; para gozar del merecido descanso ganado después de muchos años detrás del mostrador. Pero en Xinzo un nuevo hueco se abre en el barrio y la “modernidad” sigue su inapelable camino hacia la globalización. Los viejos clientes sentirán añoranza, para los más jóvenes sencillamente una anécdota. Y para los supermercados, nuevos clientes que incorporar a sus “colas”.

Lo viejo desaparece, lo nuevo se impone. ¿Qué es lo mejor? Creo que la afirmación de Gustav Meyrinck, autor de “El Golem resuelve la duda”: “La vida no es más que interrogaciones hechas de forma que llevan en sí el germen de la respuesta y respuestas cargadas de interrogaciones. El que vea en ella algo más es un loco”. Y me permito añadir: afortunadamente hay muchos locos lúcidos. 

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