La ciencia moderna hizo su aparición en la historia movida por un alta y noble ideal: convertir al hombre en 'dueño' y 'señor' de la naturaleza.
Lo de 'dueño' y 'señor' con lleva necesariamente un afán de explotación, apropiación y dominio. Pues bien, en el transcurso de su desarrollo, esta misma ciencia, a quien la humanidad tanto debe, vino a cometer un 'pecado', convertir al ser humano en un objeto más, no distinto de las cosas en principio investigadas. Ante la ciencia, las personas se cosifican. En esta circunstancia, la ética ha de intervenir. Y es menester que lo haga, porque si el poder de la tecnología resulta incontrolable, los resultados ahí están: envenenamiento de las aguas y del aire, deforestación brutal, desertización que avanza, extinción de especies, en fin, el espectáculo de una naturaleza violada y degradada.
Conviene escuchar a Marcuse: 'La fuerza de la tecnología que podría ser liberadora, gracias a la instrumentalización de las cosas, se ha convertido en un obstáculo para la liberación, debido a la instrumentalización de los hombres'.
