Opinión

Ni bajo el agua

Unas gotas de tristeza y un mar de indiferencia. Así miro a los ojos de la nación estos días, a orillas del rock and roll de la playa, que ya caldea solar a la hora de ver llegar la luna. Un poco de serenidad nos vendría bien. Un vino lento, una puesta de sol sobre el Atlántico, y un rato sin que nadie me hable de política. Un rato contigo, mejor aún. En el lugar donde los tristes destinos de nuestra España, si bien no nos resultan indiferentes, no nos duelen. Al menos, no nos duelen por hoy. 

En las últimas horas han sido cientos los mensajes recibidos en las redes, en mi teléfono, y hasta por la calle. Amigos y lectores preguntándome qué pienso de todo el show que ha montado el presidente. Y no sé lo que pienso. Por supuesto, es mentira, claro que lo sé. Pero, parafraseando a Sánchez, no sé hasta qué punto merece la pena seguir contándolo. Viene a por nosotros, ha dicho. Y no oigo a nadie del ala izquierda denunciando la cacería contra los periodistas. Al lobo no se le puede disparar. Al jabalí no se le puede disparar. Pero al periodista sí. Lógica bolivariana.

Yo también necesito meditar, aunque no puedo permitirme el lujo de colgar la pluma durante varios días para reflexionar, como la mayoría de los españoles, a excepción del presidente del Gobierno. De modo que garabateo servilletas en los pubs y trato de acordarme de tus ojos, brindo con los buenos amigos y veo escaparse las horas mientras escribo mentalmente, formo algunas opiniones, y llamo a tu puerta recordando aquello que canta Carlangas: “Quiero que todos los días sean el día que te conocí”. Lo único bueno de este oficio es que puedes divertirte, arrastrarte por la bohemia, y trabajar. Todo a la vez. De hecho, después de tres gintonics, el eco de tus carcajadas y un par de abrazos sinceros, la contienda política se comprende mejor. Julio Camba no se opondría a esta tesis.

Si Sánchez es experto en provocar desafección en nosotros, si ahora me interesa más ver llover el sol sobre el mar, gozar con el lento despertar de las flores, y conversar con tu corazón abierto, ya no importa tanto después de las amenazas. Porque si hay algo que enciende mis ganas de abofetear a cretinos desde mis columnas es el intento de taparme la boca. Por tercera vez en diez años me toca escribir este artículo en respuesta a las presiones del poder político. Y por tercera vez en diez años vuelvo a recurrir a “Rabia”, aquella maravillosa canción de mi amigo Alex Cooper: “Yo no me pienso callar ni bajo el agua. / Hay muchas cosas que decir. / Se pueden contar con la mirada. / También se pueden escupir / y al final la gente va a saber la verdad”. A ver si así…

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