Opinión

EL RÍO MIÑO Y LOS BAÑISTAS

El tiempo pasado es historia y con el paso de los años son muchos los conceptos que, para bien o para mal, han evolucionado. Y entre ellos están las normas acerca de la compostura a observar en nuestro río Miño a la hora de darse un baño como simplemente el permanecer en la orilla. Ese Miño que como sucedáneo del mar sirve para paliar las altas temperaturas veraniegas en un Ourense en el que raro es que no se registren las máximas de España en determinados días. Uno ha leído aquellas normas, bajo pena de sanción por incumplimiento, que decían que en la orilla del río había que permanecer con el albornoz puesto y, después de adentrarse en el agua, al salir, había que volver a ponerlo de inmediato.


Y el motivo de estas líneas viene dado porque en La Región del pasado día 3, en la sección que firma Maribel Outeiriño -Hemeroteca. Historia en 4 tiempos- resulta que hace 75 años la corporación municipal publicó unas normas de 'decencia' consistentes en que para bañarse en el Miño había que llevar puesto el traje de baño y una vez fuera del río vestirse debajo de los puentes y, además ¡toma castaña! 'las bañistas tenían una zona separada y a distancia de los hombres'. Salta a la vista que si las normas de hace 75 años eran de 'decencia', hoy seríamos todos unos indecentes. Son épocas, períodos de la vida, con mente restrictiva pretendiendo hacernos ver que el cuerpo femenino, tanto si son flacas, gordas, altas o bajitas, morenas o rubias, es, esencialmente, una invitación a la lujuria, dejando los desnudos en exclusiva para las obras pictóricas de museos, como si sólo se tratara de 'La maja desnuda' de Francisco de Goya y Lucientes.


La mujer, a la hora de bañarse en público, y después de quitarse el albornoz, pasó del bañador diseñado de cuerpo entero al biquini y, posteriormente, al topless, y si lo desea puede acudir a las playas nudistas. Hoy, tanto en las playas marítimas como fluviales, las bañistas no tienen que permanecer 'en zona separada y a distancia de los hombres'. Los arrumacos están permitidos. Quienes dictaron las normas pasadas nos perfilaron a los hombres como cachondos permanentes. Con estas líneas, aunque sólo fuera momentáneamente, he conseguido olvidarme de ese vocabulario repelente, aunque desgraciadamente real: crisis, paro, austeridad, recortes, blindajes, para ser sustituido por deshonestidad, impudicia, recato, decoro, sexo. ¡Oh, el sexo! ¡Oh, el erotismo! El mayor de los pecados. Más todavía que la falta de solidaridad, más que esas cifras multimillonarias que cobran los ejecutivos de bancos y cajas de ahorros. ¡Qué mundo este! ¡Non hai quen o entenda!

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