Opinión

Dieciocho años sin Ceausescu

JUAN PINA


S.03eguramente no fueron muchos los bebés nacidos en Rumanía el viernes 22 de diciembre de 1989. Las condiciones de vida de la población eran terribles y no permitían a las familias alimentar demasiadas bocas. Aunque el dictador comunista Nicolae Ceausescu exigía a los ciudadanos darle muchos hijos a la patria, los abortos clandestinos estaban a la orden del día a falta de medidas de contracepción. La película rumana que ha ganado este año la palma de oro en Cannes, '4 meses, 3 semanas y 2 días' relata crudamente aquella espantosa realidad. En todo caso, los niños alumbrados ese día cayeron en una sociedad fría y deprimida, deshumanizada por uno de los regímenes más crueles y absurdos de Europa oriental. La calefacción a catorce grados, la dieta consistente en pollos muertos de viejos y en un incomestible salami de soja, el terror ante la temida Securitate y la igualdad socialista en la pobreza ya habían forjado la generación de sus padres, marcada para siempre por el totalitarismo más aberrante.


Los nacidos aquel viernes estaban llamados a perpetuar un país-manicomio capaz de hacer apetecible, en comparación, el 'archipiélago gulag' de Aleksandr Solzhenitsyn. Pero aquel viernes se produjo un milagro que llevaba meses gestándose en secreto. El déspota Nicolae y su igualmente tiránica esposa Elena fueron derrocados por una turbia camarilla compuesta por elementos de la élite del régimen. Con extraordinaria habilidad, los apparatchiks del partido convencieron a la comunidad internacional de que en Rumanía se estaba produciendo una sucesión de rebeliones populares, una auténtica revolución contra la dictadura.


Se escenificó y televisó un conjunto de enfrentamientos, repartiendo incluso armas a distintos bandos para que lucharan entre sí, y enviando a unidades de las fuerzas de seguridad a cazar a otras unidades 'infiltradas por terroristas mercenarios'. Había que mostrar al mundo una pequeña guerra civil que legitimara a quienes tomaron el poder: los mismos perros con collares bastante parecidos, sobre todo al principio. La prensa occidental llegó a hablar de cien mil muertos y de violentos combates con artillería pesada, pero todo fue una notable puesta en escena que engañó a un Occidente deseoso de ayudar a los rumanos convalidando al nuevo poder surgido de aquel caos. El beneficiario de ese inmenso psicodrama fue Ion Iliescu, un burócrata gris del partido único. Iliescu presidió durante unos largos años la Rumanía postcomunista y retrasó la transición, lo que expulsó a millones de rumanos a la emigración.


El sábado pasado alcanzaron su mayoría de edad los pocos rumanos nacidos en aquella convulsa jornada. Mientras llenaban por primera vez sus pulmones y se enfrentaban a un mundo hostil, los Ceausescu permanecían atrincherados en la sede del Comité Central, el edificio que hoy, felizmente, alberga el Senado de una Rumanía en libertad. Desde un balcón de ese edificio, menos de veinticuatro horas antes, el dictador había pronunciado su último discurso en público, y por primera y última vez la gente le abucheó. A media mañana de aquel 22 de diciembre, un helicóptero blanco aterrizó en la azotea para que todo el mundo viera cómo huía el tirano. En realidad parece más probable que los golpistas se lo llevaran engañado o detenido. El día de Navidad, tras un juicio sumarísimo y secreto, los esposos fueron fusilados en una base militar, seguramente para que no pudieran hablar sobre sus sucesores. El golpe de Estado, ejecutado mientras los rumanos se echaban a las calles exigiendo libertad y democracia, se saldó con más de mil muertos. Las cosas deberían haber sucedido de otra manera y, sobre todo, bajo el liderazgo de los auténticos demócratas. Pero por lo menos aquellos días de sufrimiento marcaron el final de la dictadura de Ceausescu. Rumanía y el resto del mundo están mucho mejor sin él. Los chicos y chicas que anteayer cumplieron dieciocho años en Rumanía lo hicieron en un país libre que, aunque con retraso, se ha sacudido ya casi por completo la terrible herencia del comunismo. Rumanía es hoy un país miembro de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica, firmemente comprometido con los Derechos Humanos y la democracia pluripartidista. Un país que ya ha pasado las páginas más negras de su historia. Porque para estos chicos y chicas, Ceausescu ya es sólo eso: historia.




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