Opinión

El preocupante eje Caracas-Teherán

Chávez intenta desde hace algún tiempo  crear con el dirigente iraní Ahmadineyad el  eje estratégico que no llegó a consolidar en  su día con el iraquí Saddam Husseín.   L a reciente visita de Hugo Chávez a  Teherán y la alianza nuclear entre  Venezuela e Irán son un paso más en  la construcción paulatina de un bloque  antioccidental cada vez más nutrido y organizado. Aunque la perspectiva de una nueva  guerra fría parezca cosa de política-ficción,  Occidente haría bien en prestar atención a  este preocupante fenómeno. El régimen venezolano ha tomado el relevo de una Cuba cansada  y fracasada, y se alza  como el líder ideológico  y financiero de todo un  grupo de países latinoamericanos donde se está  sustituyendo las libertades y los derechos individuales por el ’socialismo del siglo XXI’, tan  parecido en realidad al  estalinismo del XX. Otra  estrategia menos conocida del teniente coronel  que manda en Caracas  ha sido ’comprar’ con  sus petrodólares unas  cuantas micronaciones  insulares anglófonas del  Caribe.  Con estas credenciales, Chávez intenta desde  hace algún tiempo crear  con el dirigente iraní  Ahmadineyad el eje  estratégico que no llegó  a consolidar en su día  con el iraquí Saddam  Husseín. El objetivo es el  mismo: fraguar la unión  de todos los regímenes  antioccidentales. Corea  del Norte y algunos otros  países enemigos de Occidente, se muestran encantados. Todos ellos  se cuentan entre los regímenes más tiránicos,  absurdos y empobrecedores de la Tierra,  pero unos cuantos de ellos dominan el oligopolio petrolífero mundial. Rusia, que no  acaba de conformarse con ser uno más en  Occidente y sigue aspirando a recuperar el  rol de superportencia, observa desde la distancia, con una media sonrisa, los progresos   de su socio iraní. Moscú y Teherán han intentado por todos los medios monopolizar la  última gran bolsa de petróleo, situada en  el mar Caspio, pero hace unos días se puso  en marcha, afortunadamente, la ruta de salida a través de países prooccidentales (Azerbaiyán y Turquía).   El nuevo bloque en gestación es una amenaza a la globalización de la democracia  representativa, de la economía libre y de  los derechos humanos y civiles. Washington,  ensimismado durante años en el desastre  iraquí, ha permitido el surgimiento de este  monstruo en potencia. Europa, con sus complejos frente a todo aquel que se proclame  falsamente ’revolucionario’, ’indigenista’ o ’defensor de los  pobres’, ha sido  demasiado tibia ante  los miembros nuevos  de este oscuro club  (Rafael Correa, Evo  Morales) y ante viejos  conocidos como  Daniel Ortega. Ahora  ya no queda más  remedio que tomarse  en serio las bravatas  del peripatético espadón venezolano y de  su socio ultraislamista  iraní. 

 Para empezar,  Europa y Norteamérica deberían impulsar  realmente una transición acelerada hacia  las energías renovables y los combustibles limpios. Así no  sólo estaremos salvando el planeta para  nuestros hijos y nietos,  sino que estaremos  privando a estos  gangsters del arma  con la que pretenden  chantajearnos. Y para  continuar, los mandatarios democráticos  no deberían recibir  con los brazos abiertos a Hugo Chávez (como hizo el otro día el presidente francés  Nicolas Sarkozy), sino colocarlo en la misma  lista negra donde están inscritos el régimen  sudanés, la junta birmana o el delirante dictador norcoreano. El siglo pasado nos enseñó que ante un Hitler no se puede ser Chamberlain. Ojalá no tengamos que lamentarnos  por no haber actuado a tiempo.   

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