Opinión

Cuestión de prioridades

La memoria es quebradiza, pero apuesto a que sobran los dedos de una mano para hallar un proyecto de ley tan contestado como el de la reforma educativa en el que anda afanado el ministro Wert. Será la séptima ley de la democracia, pero si no cambian las cosas de forma sustancial en el trámite parlamentario, puede anunciarse ya que se trata del preludio de la octava, pues durará tanto como el Gobierno que la promueve.

'No es esto, no es esto', que diría Ortega, lo que necesita la educación y ni siquiera el país. Hace tiempo que los grandes partidos han decidido atrincherarse tras la bandera ideológica para cerrar toda posibilidad a un acuerdo que se del mantenimiento de las canongías a la clase política y a los apóstoles de las respectivas causas. Sin embargo, pudiera pensarse que con el Estado y muchos millones de ciudadanos al borde del abismo, los líderes sentirían la necesidad de aflojar el ansia adoctrinadora en beneficio del pragmatismo que posibilite un gran acuerdo de estabilidad, capaz de alumbrar una ley -hacerlo en los tres o cuatro asuntos capitales ya sería la releche- que traspase tres o cuatro gobiernos al margen de su color político.

Vana ilusión. La esperanza millones de ciudadanos -y la necesidad genearl- vale unos reales de mi infancia; o sea, nada. Siendo eso imposible, José Ignacio Wert, sociólogo prestigioso y, por tanto, con buen olfato para saber lo que piensa la sociedad, podría esmerarse en componer un texto legal que no incluyese patadas en salva sea la parte a medio país, entre la que hay que meter a la mayoría del sector docente, que algo entiende de ello.

Habiendo tanto letrado en la materia, huirá servidor de adentrarse en profundidades, pero sí dejará constancia del asombro ante algo que acaba de oir que contiene la futura ley, con la que, al parecer, el Estado adelantará el coste de la enseñanza en castellano en algunas comunidades. ¡Carajo! No puede ser que haga eso, mientras hay ciudadanos obligados a pagar las prótesis antes de ser intervenidos. Resulta inadmisible que cuando no hay para pan, el dinero público vaya para pague estampitas. Nunca mejor dicho.

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