Opinión

Quién se preocupa de nosotros

Viendo cómo va el panorama va cundiendo la sensación entre los ciudadanos de que cada vez existe mayor desprotección individual y colectiva. La solución a la crisis económica, a cuya generación son ajenas las gentes del común, pasa -dicen- por recortar derechos laborales, educativos, sanitarios y sociales, adelgazando las prestaciones o imponiendo copagos. La traducción simultánea es un descenso de varios escalones en el estado del bienestar.

Para arreglar el desaguisado financiero, en el que esos hombres y mujeres del común tuvieron nada que ver, se subsidia a la banca con un pastón sideral, cuyo coste habrán de sufragar losmismos que nada supieron de esta orgía económica, sino al contrario, cuando estaba sucediendo, las autoridades se ufanaban de que teníamos el mejor sistema bancario del mundo, o casi.

Y para liquidar el cristo de las preferentes y subordinadas -en la que muchísima gente metió sus ahorros, a veces de una vida, sin tener ni idea de dónde se estaban metiendo- la idea más brillante pasa por una quita que en el caso de querer recuperar el dinero contante y sonante habrá de ser dejándose hasta casi el setenta por ciento del capital invertido.

Y si hablamos de orden público, arde a trozos una aldea de Parada do Sil, sin que nadie se tome la más mínima molestia, en tanto los vecinos viven con el corazón encogido por el temor de que otra noche la fatal antorcha del pirómano pueda producir daños irreparables.

El lejano oeste está ahora en A Limia, de cuyos establos desaparecen desde hace meses las cabezas de ganado como por arte de ensalmo, sin que se conozca cuándo va a parar el saqueo a familias que realizan muchísimo esfuerzo para sacar su vida adelante. Admitamos que esto también se está produciendo en Portugal, aunque ello signifique parvo consuelo para las víctimas.

Con todos estos ingredientes mezclados, lo raro es que la ciudadanía todavía pueda creer que alguien va a salvarnos de lo que parece una maldición bíblica, pero no es más que el fruto de la indecencia de quién sabe quien.

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