Opinión

segunda parte

Entre tanta tribulación, a veces aparecen noticias capaces de salvar la coyuntura actual que nos atosiga, permitiendo un espacio -mínimo, es cierto, aunque eso no le resta importancia- a la sonrisa, la ternura y el reconocimiento de personas que pese a llevar años en el anonimato, llevan la alforja vital llena de vivencias.

Un grupo de estudiantes, todas chicas, ha sido galardonado por un trabajo académico que tiene como base una entrevista con un periodista jubilado, que cuenta la etapa escolar de su lejana infancia y primera juventud, transcurridas en Carballiño.

Se trata de Luis Padrón Vaamonde -la mención del segundo apellido no es baladí, pues es justo el que le une a esa villa-, natural de Moreiras y sobrino del gran Evaristo Vaamonde -don Evaristo, que dirían los carballiñeses viejos-, el cura que hizo realidad la iglesia de la Veracruz. Con él se crió el niño Luisito, que de mayor derivaría en sagaz y solvente periodista.

Me temo que con el protagonista escogido, el trabajo ha quedado cojo, ya que debiera haber abarcado la etapa profesional, aunque acaso eso merezca un segundo capítulo, más denso y jugoso que el primero. Luis Padrón formó parte del equipo que puso en marcha La Región Internacional, una iniciativa sin parangón surgida a mediados de los años setenta, que con los rudimentarios medios de la época, conseguió poner la actualidad ourensana gallega y española dos veces por semana en toda Europa, a la que luego se uniría otra edición para América.

Anduvo por el viejo Continente con los desaparecidos y recordados Alejandro López Outeiriño, José Antonio Román (París), Suso Rodríguez (Bonn) y el inefable Luis López Salgado, Pitís, para sus miles de amigos, que todavía vive. Con ellos y otros acompañantes ocasionales, vivió experiencias irrepetibles, algunas nunca contadas, pero con categoría sobrada para ello.

La sugerencia queda abierta, pues podría hacerlo el protagonista, pero la vocación de servicio a los demás se torna en una especie de haraganería para lo suyo y sería una pena que tales vivencias se perdiesen para siempre.

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