Opinión

Un hombre para la eternidad 

Con el paso del tiempo la memoria frágil y limitada de los hombres nos hace caer en olvidos imperdonables. Las costumbres actuales, con las prisas de la era digital, nos impiden acoger, celebrar y rememorar, activa y dinámicamente, a las personas y acontecimientos que hicieron grande nuestra historia. 

Este año es el segundo centenario de la muerte del cardenal-obispo de Ourense, Mons. Quevedo y Quintano. Un hombre de Iglesia que ejerció su ministerio episcopal en la Diócesis auriense durante cuarenta y dos años, pero que, además, desempeñó un papel importante en la sociedad y en la política de su tiempo.

Él ha sido un pastor celoso de los derechos de su pueblo y, por extensión, de Galicia y España. Al repasar su biografía nos encontramos con un obispo valiente, bueno, fiel y caritativo al que tanto la ciudad de Ourense como toda su provincia le debe una gratitud imperecedera.

Habiendo nacido en Villanueva del Fresno (Badajoz), a los cuarenta años fue nombrado obispo de Ourense y no abandonó esta Diócesis hasta su muerte en 1818. Sus restos mortales descansan en la capilla mayor de nuestra Catedral de San Martín. A lo largo de su dilatada existencia fue un ferviente defensor de la soberanía del pueblo español sobre la Nación española, sobre todo en la crisis provocada por la intervención de Napoleón en los asuntos internos del Reino de España.

Él, por sus méritos, fue designado Presidente del Consejo de Regencia en uno de los momentos más tristes de la historia contemporánea de nuestro país. Fue nombrado arzobispo de Sevilla y renunció a esta sede metropolitana, lo mismo que a otros cargos de especial relieve. Ya anciano fue creado cardenal por el papa Pío VII en 1816, con la condición de no abandonar su Diócesis.

Pero, lo que le ha hecho grande entre las gentes sencillas y el clero fue su corazón caritativo y magnánimo, así como su vida austera y su comportamiento de pastor ejemplar, así como de una gran santidad de vida. 

Acogió en la Diócesis a varios obispos refugiados, a cerca de trescientos sacerdotes franceses, huidos o expulsados de su país y los mantuvo a sus expensas. Buscó la paz y la concordia entre pastores y fieles, como en el caso de una situación crítica vivida en el obispado de Tui o en el de Braganza. 

Fue proverbial la ayuda generosa a una multitud de familias castellanas que, como consecuencia de la persistente hambruna, buscaron refugio en esta Diócesis; asistió a las mujeres e hijos de los militares que estaban implicados en la guerra de la Independencia. 

A todo esto se añade la tarea constante de reformador del clero, las visitas pastorales a las parroquias de la Diócesis, la fundación del seminario de San Fernando para la formación adecuada de nuevos sacerdotes. Éstos y otros muchos gestos y hechos hacen de su persona una luz y guía para el pueblo, al que lleno de esperanza en aquellos momentos difíciles.

No quisiera que mis palabras se entiendan como un lamento, pero sí desearía que sus inmediatos sucesores y sus colaboradores hubiesen iniciado el proceso informativo previsto para recoger aquellos datos más sobresalientes de su vida para poder incoar, en su día, el proceso de canonización. Al contemplar su figura veo en el cardenal Quevedo algunos rasgos similares al cardenal Marcelo Spinola, arzobispo de Sevilla, beatificado por san Juan Pablo II en 1985.

El cardenal-obispo de Ourense, D. Pedro de Quevedo y Quintano es un hombre para la eternidad, modelo de pastor y de auténtico servidor fiel y desinteresado del bien social y político del pueblo. Hoy, más que nunca, necesitamos hacer memoria de aquel que se ha hecho grande, sin pretenderlo, a través de su entrega generosa a su misión y, sobre todo, al servicio público al que, sin quererlo, fue llamado por los más ilustres de sus contemporáneos, entre ellos los reyes de la España del momento. Ourense bien debiera hacer presente a este hombre que, durante casi medio siglo, fue el centro sobre el que giró la vida y la actividad eclesial, social y política de nuestro pueblo y de sus gentes. Que esta pobre aportación sirva de despertador de todos aquellos que vivimos y formamos parte del pueblo ourensano.  

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