Opinión

La amenaza del cambio climático

Cada vez son más las voces a nivel internacional que coinciden en afirmar que el planeta se dirige hacia un cambio climático irreversible a menos que se tomen medidas rápidamente.


A lo largo de diez mil años, hasta la Revolución Industrial, la temperatura media de la Tierra se mantuvo sumamente estable. Desde 1850, fecha a partir de la cual empezó a medirse la temperatura con precisión sistemática, el aumento ha sido de 0,76 entre 1,8ºC y 4 ºC más, incluso 6,4 ºC más, según un panel internacional de científicos convocado por la ONU. Ya está en marcha la carrera para evitar que el mundo alcance lo que se considera el punto sin retorno, un aumento de 2 ºC. Si en torno a 2020 como muy tarde no se han estabilizado las emisiones mundiales y antes de 2050 no se han reducido aproximadamente a la mitad de los niveles de 1990, lo más probable es que no se logre el objetivo.


Como se viene diciendo reiteradamente, está cambiando el clima. La atmósfera contiene vapor de agua, dióxido de carbono y otros gases de origen natural, que dejan pasar la luz del sol, pero que absorben el calor que a su vez irradia la Tierra. Este proceso natural, llamado ‘efecto invernadero’, mantiene la temperatura terrestre a un nivel que permite que haya vida. Sin él, la temperatura media global sería de -18 ºC y, por tanto, insoportable.


Sin embargo, actividades humanas como el uso intensivo de combustibles fósiles o la destrucción de bosques para su transformación en superficie agrícola están haciendo que aumenten en la atmósfera los niveles de dióxido de carbono y otros gases que retienen el calor. La incorporación de estos gases ‘de efecto invernadero’ está potenciando el efecto invernadero natural, calentando la Tierra y dando lugar al cambio climático.


La solución está, sin duda, en reducir las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, en particular el dióxido de carbono. Esto significa utilizar, desde luego, mejor los recursos naturales. Los combustibles fósiles -el petróleo, el gas y el carbón destinados a producir electricidad y utilizados en calefacción, la refrigeración y el transporte- son fuentes importantes de emisión de gases de efecto invernadero, por lo que es necesario utilizarlos en menor medida y de manera más eficiente. Al mismo tiempo, es importante evitar el paso del dióxido de carbono a la atmósfera; por ejemplo, ‘capturándola’ a medida que se produce y almacenándolo a continuación bajo tierra, en yacimientos agotados de gas o minas de sal. Esto mismo ya lo indicamos en otra ocasión.


Asimismo, resulta esencial para combatir el cambio climático invertir la tendencia a la deforestación, en particular la desaparición de las selvas tropicales, que actúan como ‘sumideros’ que absorben el dióxido de carbono. Los bosques absorben dióxido de carbono mien tras crecen, pero lo emiten durante la tala.


Aunque hay otros elementos que contribuyen al calentamiento global, como el metano que se desprende de la agricultura y de la eliminación de residuos en los vertederos, las emisiones originadas por la utilización excesiva de fertilizantes, el uso de combustibles fósiles y la deforestación son los principales culpables.


Es probable que la lucha contra el cambio climático implique cambios significativos de nuestro estilo de vida, pero eso no significa que tengamos que sacrificar nuestro nivel de vida. Los cambios son perfectamente compatibles con las prioridades en materia de empleo y crecimiento, así como con el desarrollo sostenible.


Si los países desarrollados están de acuerdo en disminuir sus emisiones colectivas en un 30 por ciento de aquí a 2020, la reducción del crecimiento económico anual no alcanzará el 0,2 por ciento que no está nada mal. Sería el pequeño precio a pagar para evitar los costes potenciales del cambio climático a largo plazo, además, este precio no tiene en cuenta el valor de otras ventajas, como la reducción de la contaminación atmosférica, la seguridad del suministro energético a precios previsibles y la mejora de la competitividad a través de la innovación.


Y para terminar, decir que en la práctica, lo más probable es que estas ventajas compensen con creces el coste económico de la reducción de emisiones.



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