Opinión

El secuestro de nuestra Navidad

Debió de pasar por aquí el Grinch, ese duende verde creado por el escritor y caricaturista estadounidense, Theodor Seuss Geisel, en 1957. El Grinch fue ideado para restar el consumismo y desvelo materialista instalados actualmente en las sociedades occidentales, desplazando el auténtico espíritu navideño. El Grinch, sinónimo de Gruñón, es el ladrón de la Navidad norteamericana que opera ahora en la nuestra.

No hay otra explicación para que todo significado de estos días en nuestra cultura se haya volatizado poco a poco y haya sido sustituido por el simpático, modélico y limpio papá Noel. El y sus preciosos y aéreos renos, Donner, Blitzen, Vixen, Cupid, Comet, Dasher, Dancer, y Prancer y Rudolph, o lo que es lo mismo: Trueno, Relámpago, Bromista, Cupido, Cometa, Alegre, Bailarín, Acróbata, y Nariz Roja, han tomado posesión del ambiente y han desterrado al Belén, y a los Reyes Magos, con toda su simbología. Primero, la familia, y segundo, la lección de la espera y la recompensa al alcanzar aquello que deseamos. El duende se llevó a símismo los villancicos, las referencias navideñas en las luminarias callejeras, el deseo a viva voz de ese “¡Feliz Navidad!” que llenaba el ambiente, y el recuerdo cálido de un recién nacido en los escaparates.

No hace tanto, la Nochebuena se resumía en la alegría (una nueva vida siempre es motivo de alegría) del nacimiento de un bebé venido en medio de la pobreza, para recordar a otros infinitos niños que nacen excluidos, al raso y sin más amparo que el que la gente buena les dispensa en forma de alimentos, ropa, y si acaso dinero, poco o mucho, según las posibilidades y la voluntad. Esa noche no había más regalos que los que se repartían a la gente necesitada. Los padres creaban un belén sin otros lujos que la inspiración, y los niños cantaban villancicos a su alrededor. Hablo del pueblo, del ciudadano sencillo, por supuesto. Pero el gruñón nos ha venido a decir que la vida pasa rápida y que más vale pájaro en mano que ciento volando. Y no hay espera ni para regalos ni para reflexionar en lo que vivimos.

A mí, personalmente, me encanta Papá Noel, pero recordar un poco quiénes somos y de dónde venimos, tampoco estaría mal. No podemos dar la espalda a quienes con tanto amor, hacían ríos de cristal y montañas de papel de estraza, para alegrar nuestros ojos ante aquellos belenes.

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