Opinión

Conciencia y violencia

Nuevamente asistimos al dantesco espectáculo de una mujer asesinada a manos de su compañero, y al no menor rendimiento esperpeéntico que los políticos sacan del luctuoso acontecimiento.

Lo de esperpéntico viene a cuenta de los distintos grados de valoración, en función del rostro que muestre la violencia. Si un varón mata a su mujer o si un ciudadano cae víctima de un atentado terrorista, la ciudadanía enciende velones y hace ofrendas de flores ahí donde se cometió el crimen, pero si un joyero muere durante un atraco ninguna autoridad sale a la fachada de los consistorios a condolerse del fallecimiento, dejando manifiesto que la vida del comerciante era más insignificante y su muerte más baladí, y todo ello pese a que con toda seguridad sus dos últimas horas de vida estuvieron sometidas al maltrado, a la violencia, a la tortura, a estar encañonado y bajo amenaza de descerrajarle un tiro a él y a toda su familia. En definitiva, el joyero también murió tras someterlo al terror y la violencia.

Estas son las diferencias que marca la propia sociedad y que convierten a unos homicidios en execrables mientras otros son fútiles, obviando que el asesinato constituye la destrucción de una vida humana con independencia de por quién sea provocada.

O justificada, porque tal es el trasfondo de nuestra sociedad cainita que distingue entre el asesinato legal e incluso estimulado y aplaudido, como es el caso de los soldados que mandamos al extranjero y que invariablemente acaban pegándole un pepinazo a un paisano del país de destino, por el que se premia con una medalla al valor y palmadita en la espalda.

Esta es la doble moral que dificulta en grado sumo acabar de raíz con la violencia de género. Aquello que no es políticamente correcto decir pero que es imprescidible manifestar para lograr el fin del asesinato de género. La muerte de una mujer a manos de su pareja sentimental se considera a efectos legales como delito de violencia de género, mientras cuando es infligido por una mujer sobre su compañero sentimental se considera violencia doméstica, sin que nadie salga a la calle a encender velas y poner flores, soslayando una denominación que va mucho más allá de lo sutil y de la diferencia semántica. No se puede acabar con la diferencia entre hombres y mujeres cuando la Administración aplica la discriminación positiva, por defecto se otorga la custodia a la mujer en caso de divorcio, o la vivienda conyugal quede sistemáticamente en usufructo de la mujer.

Cuestiones como estas echan por tierra cualquier intento por conseguir un fin justo. Porque la igualdad no se puede asentar sobre la diferencia de derechos ni en privilegios. La fémina no debe ser semejante al varón, sencillamentre porque son distintos. A lo que hombres y mujeres debemos aspirar es a una sociedad donde todos, sin diferencia de sexos, crezcamos y evolucionemos dentro de los mismos derechos y oportunidades.

Y para ello habrá que redoblar los esfuerzos por los dos principales agentes en lid: la educación proporcionada por la familia y la formación facilitada por el Estado a través de la enseñanza, tanto académica como con campañas de sensibilización que, rehuyendo de estereotipos, procure una conducta fomentada por valores y no por imposiciones.

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