Opinión

MENDIGOS

La cuestión la sirve Gallardón. Polémica en plato frío por nevera de corazón. Porque desde la confortabilidad del hogar con aire acondicionado, ¡qué bien sienta meter ostras frescas con hielo picado en el cuerpo, o disfrutar de piscina privada y cualquier otro elemento de lujo para disfrutar de una punta de calor, si no vemos a nuestro alrededor al desprotegido, sin siquiera un grifo a mano, y al que se lleva por delante esta misma punta, pero de dolor! Y hablo de clima veraniego, donde aún parece menor la diferencia entre clases sociales por aquello de que el techo de cielo y las estrellas es de todos y está fuera del alcance de ser utilizado por la sociedad de consumo y mercado, sobre todo por los mercados financieros. Si estuviera el universo al alcance de una moneda, seguro que habría que pedirle a algún Berluscón de turno nos dejara ver el firmamento, cuando no pagar una tasa telebasura para poder mirarlo a través de su industria. Sé que soy extremo, pero como la temperatura a la que me refiero y que es tan determinante para el mejor malestar de tantos que tienen la calle por casa, ahora puta calle en el sentido de querer tener dueños para decidir quién se puede acostar en ella; seguro que si se queda alguien dormido en cualquier descapotable de su propiedad aparcado en plena calle a 'nadie' se le ocurriría recluirlo en un centro comunitario hasta el día siguiente.


Y si en el verano las condiciones climatológicas son adversas por el día, con las puntas de calor que la vuelven peligrosas hasta para la sobrevivencia de los más débiles, ni te cuento lo que puede sentir una persona por la noche cuando llega un 20 de diciembre envuelto en una ola siberiana que congela hasta a los muertos. No debe ser fácil soportar esa navajada del frío que abre la carne por dentro y que cualquier plástico que se ciñe como faja al cuerpo se convierte en placa de hielo; no debe ser fácil, no, pues, querer estar en la calle enfrentado a esta naturaleza que dicta su norma, independiente de que la merezcas o no - ella es como es-, por lo que la razón de que alguien elija ese dolor debería al menos ser respetada por la mínima inteligencia humana, que desgraciadamente se avería demasiado, y el corazón.


El hecho cierto de que nadie quiera sufrir por gusto, a no ser masoquista, reclama el derecho a que nadie idee plan para, además, querer hacer invisible este dolor que es defecto propio de nuestra sociedad y que hemos creado entre todos. El porqué hay mendigos que no aceptan la solución aparentemente mejor que le brindan los servicios sociales de una comunidad es en parte misterioso, pero la realidad es que muchos de ellos prefieren el cartón en la Gran Vía a un catre en un edificio con estigma. Será que no sólo de techo y pan vive el hombre sino también de libertad, de dignidad y de sueños; hay mendigo que tal vez no quiera irse del centro de una ciudad porque necesite aún sentirse unido al mundo en el que un día estuvo de pie, aunque sea ahora desde su arrodillada marginación; el que a él no lo veamos el resto de ciudadanos no quiere decir que él no nos vea a los demás, y no nos escrute hasta convertirnos en objeto de su divertimento o filosofía vital. Tal vez sientan mucha más marginación en la casa retirada que le da litera cual antigua leprosería, siempre fuera del alcance de la vista ajena. O tal vez quieran ejercer como espejo de Heráclito el enigmático, que no es espejo enigmático sino sincero de cómo luce nuestro pelo social.


En cualquier caso, la propuesta de Gallardón es injusta e indigna, porque además la propone un señor que en su gran despacho podría alojar a veinte mendigos. No sería mala idea que por las noches estos fastuosos edificios mil millonarios (aquí el Gayás también), se convirtieran en dormitorios públicos para ellos. Pasaría como en la guerra, que cualquier palacio es habitado por el primero que lo necesita y se mete dentro. Aquí la guerra es la miseria. Portar consigo mismo un equipaje de cartones, bolsas sucias de supermercado con todas las pertenencias, son el armamento destructivo de un ejército cada día más numeroso que hemos creado porque no sabemos hacer la paz con el mejor reparto de la riqueza. No hablo de revoluciones que busquen sacar a unos para poner a otros (pasa demasiado), sino de comenzar a comprender que hemos vuelto a fallar, que no hacemos las cosas como debiéramos, y que es hora de que Sampedros nos la bendigan y Budas o Jesucristos, paradigmas de mendigos salidos de palacios por voluntad propia para vivir al raso, sean ejemplos definitivos.

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