Opinión

LO IMPORTANTE

Ayer fue 23 de marzo. Aparentemente un día como cualquier otro, aunque no para los millones de seguidores de Apple y, más concretamente, para todos aquellos que soñaban con hacerse con la última creación de la marca californiana: el iPad 3. Como ocurriera con las anteriores versiones, muchos compradores han hecho colas casi kilométricas y han aguardado horas, cuando no días, para agotar las existencias del más famoso de los 'tablets' y engordar las cuentas de la multinacional de Cupertino. Engordarlas hasta tal punto que, si Apple fuese un país y su valor en bolsa fuese su PIB, estaríamos ante la vigésima potencia mundial, aventajando a Austria, a Sudáfrica, a los Emiratos Árabes Unidos o al vecino Portugal.


Esta circunstancia es fruto de la labor de un visionario como Steve Jobs, el fundador de la compañía, recientemente fallecido. Pero es además una manifestación del afán consumista de una sociedad en la que, muy a menudo, vamos tras las cosas superfluas mientras descuidamos las que son, y todos lo sabemos, verdaderamente fundamentales. Y es que, a fin de cuentas, tener la ultimísima versión del último 'gadget' de moda no es malo. A no ser, claro está, que eso se convierta en un fin en sí mismo y nos lleve a olvidar que la vida es algo más que acumular cosas.


En ese caso podría ocurrirnos lo que a esos que otorgan un testamento vital para no tener que vivir, en caso de enfermedad terminal o accidente grave, conectados a una serie de máquinas que los mantengan con vida. Esos que, sin embargo, viven permanentemente 'enchufados' al televisor, al móvil, al ordenador, al equipo de música y a tantos otros aparatos que se han convertido en sus intermediarios con el mundo real. Esos que, como tantos chavales y no tan chavales, hacen media vida en Facebook y coleccionan amigos virtuales mientras dejan a un lado a los que verdaderamente lo son y a los que, sin embargo, apenas tratan personalmente.


Los peregrinos y los montañeros saben que lo importante en la vida cabe en una mochila. Y que, aunque la extraviasen, nada estaría perdido. Porque lo imprescindible no es lo que se deja en casa, ni lo que se carga a la espalda. Lo imprescindible son otras cosas o, por mejor decir, lo importante no son las cosas.

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