Opinión

MIRANDO AL CIELO

El pasado miércoles falleció el que fue entrenador del Sporting de Gijón durante seis temporadas, Manuel Preciado. Cosas de la vida y de la muerte, un ataque cardíaco se lo llevó tan sólo unas horas después de que hubiese firmado su contrato con el Villarreal, equipo al que quería devolver a la primera división del fútbol español. Quizá para demostrar la fragilidad de la condición humana, las circunstancias quisieron que Preciado se fuese de madrugada, apenas un día antes de ser presentado oficialmente como el nuevo 'míster' del club levantino.


La noticia no habría encontrado eco fuera de los diarios deportivos o de la sección correspondiente de la prensa generalista de no ser por la fuerte personalidad de Preciado y por las muchas veces que lo acechó la tragedia. No en vano el corazón del entrenador cántabro sufrió, una y otra vez, los embates de la vida que, como un mar impetuoso, parecía complacerse en arrebatarle a sus seres queridos: primero fue su mujer, fallecida a causa de un cáncer de piel y, dos años después, su hijo adolescente, víctima de un accidente de moto. Y ya más recientemente, Preciado supo de la muerte de su padre, atropellado por el coche que ayudaba a empujar.


Pero Preciado, lejos de hundirse en la desesperación o de arredrarse ante las dificultades, fue un hombre valiente. 'La vida me ha golpeado fuerte -dijo en una ocasión-. Podría haberme hecho vulnerable y acabar pegándome un tiro o podría mirar al cielo y crecer. Prefiero la segunda opción'. Y así fue como Manolo, que así lo llamaban, salió adelante: mirando hacia arriba, volcándose en esa labor profesional que tantas satisfacciones le brindó y creciendo.


En el fondo, Manuel Preciado sabía que la vida es ese camarero que te ofrece, a capricho y cuando quiere, drama o comedia. Y que, sea lo que sea, tenemos que lidiar con el plato que nos sirva. Él sabía que, cuando llegan las desgracias, uno puede llorar o, por el contrario, puede aprovechar la oportunidad y vender pañuelos. Y escogió, como bien dijo, la segunda opción: miró al cielo y recompuso su corazón roto con lañas, como se hacía antaño con las vasijas de barro rotas. Así fue como siguió peleando su partido más allá de la prórroga: hasta ese último penalti que, en un descuido, la vida le coló el miércoles por toda la escuadra. Fue, sin duda, un luchador nato.

Te puede interesar