Opinión

LA SEMANA Y SUS COSAS

Esta semana he reparado en tres circunstancias que no invitan precisamente a la fiesta y que, como habrán tenido ocasión de comprobar, se proponen como el remedio a otros tantos males. Y que, al igual que los remedios de las boticas de antaño, tienen un regustillo un tanto amargo.


El primero de estos hechos, no podía ser de otro modo, es la crisis griega y el ajuste impuesto para afrontarla. No deja de resultar sorprendente e incluso paradójico que los griegos, padres de la tragedia, hayan resucitado el género a estas alturas de la historia. O que ellos, que prestaron su nombre a la economía y que han vivido siglos y siglos rodeado de espléndidas ruinas, se descubran ahora en la decadencia económica, arruinados si no por siglos, sí por décadas. Se endeudaron como pocos, gastaron como nadie y ahora les sucede lo que a todos los que incurren en esos errores: se topan con la cruel realidad.


El segundo de los hechos a que me refiero es la prohibición del uso de fuegos de artificio en Galicia durante este verano. Convendrán conmigo que la medida es probablemente tan necesaria como triste. Básicamente porque nuestras fiestas y romerías no serán las mismas sin el estruendo de las bombas de palenque, sin los niños que corretean por doquier en busca de las varillas de madera o sin las nubes de pólvora que salpican el cielo azul de nuestros pueblos. Tendrán que admitir que, sin sus fuegos, este 15 de agosto será distinto. Aunque también es cierto que esta medida es, mal que nos pese, necesaria para salvaguardar nuestro monte.


El tercer hecho es la confiscación de la mitad de la paga extra navideña de muchos de nuestros vecinos portugueses. No sé en el país vecino, pero aquí las fiestas navideñas no serían las mismas sin esos euros y sin los gastos que nos permiten. Ciertamente, la paga no es la que hace la Navidad, pero permite afrontar esa época con otra alegría. Como el turrón, los villancicos, el cava o las uvas, sin ir más lejos.


Ya ven: así está el mundo. Los griegos se aprietan, por fin, el cinturón. Los portugueses echan cuentas para llegar no a fin de mes, sino a fin de año. Y los gallegos aparcamos, al menos provisionalmente, la figura del 'fogueteiro'. Ya sólo falta, como dice un amigo mío, que nos suba el colesterol.

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