Opinión

Los predicadores

Los que hemos tenido que escuchar tantos discursos, homilías, sermones y sentencias a lo largo de nuestra dilatada vida que, aunque técnicamente no lleguemos, en la práctica, nuestra generación, en lugar de estar celebrando los setenta y tantos, podríamos festejar perfectamente los quinientos o los seiscientos años habida cuenta de las experiencias que nos ha tocado vivir en una época de tantos cambios, drásticos y profundos, que igual comprendemos las intrigas de la corte de Isabel la Católica, como nos identificamos con las ansias vivas de Teresa de Jesús, las hogueras de la Inquisición, las ánimas del purgatorio, los fuegos fatuos, la santa campaña, la unidad de destino en lo universal, el brazo incorrupto, el agua bendita, la reserva espiritual de occidente, el cirio/cordero pascual, las bulas pontificias o los angelitos negros que también se van al cielo de Machín. Amén.

Hemos podido contemplar como se pasaba del velo, calzas y refajo, a las sisas, tanga y minifalda; del rosario de tu madre y en familia, a la blasfemia; de quemar curas e iglesias, a obligar a ir a misa; de la censura, al libertinaje; del recato, a la exhibición; del tápame, tápame que tengo frío, al despelote; de las oposiciones y certificado de buena conducta, a presentar las credenciales de okupa en el patio Maravillas, o de haber lucido teta en el asalto a una capilla, para encontrar un buen puesto de trabajo y cualificado en cualquier ayuntamiento de los que se autoproclaman progresistas.

Por eso no puedo evitar el recuerdo de aquellos viejos predicadores que con tanto ímpetu y entusiasmo nos decían siempre lo que teníamos que hacer, ya fuera para alcanzar la salvación eterna, ya para cumplir las leyes de los principios fundamentales que nos marcaban el buen camino establecido por la Iglesia y el Estado que por muchos años fueron de la mano. Por eso ahora nos recuerdan esa vieja música los actuales debates parlamentarios en los que cada uno de los que suben al estrado saben perfectamente lo que hay que hacer, ninguno duda, todos saben con claridad meridiana quién tiene que ser el líder que nos guíe y qué camino tenemos que seguir, que normalmente será el contrario del que va a defender el siguiente parlamentario, y que si uno dice al norte, el otro dice al sur, y que tal vez, como la paloma aquella de Alberti/Serrat, los dos se equivocaban. Se equivocaban.

Cómo envidio ese instinto que tiene cualquier animal que en un rebaño, colmena, hormiguero o bandada de pájaros sabe perfectamente a quien seguir, automáticamente, aunque su guía no lleve la gorra de plato de comandante y sin que les entre la más mínima duda de que los va a conducir por el buen camino aunque tengan que atravesar continentes, montañas, ríos o llanuras. Yo creo que la clave está en que apenas hablan, si acaso un suave pío, pío, algún méééh que otro, o algún aislado gemido, pero poca cosa; con un simple movimiento de cualquier apéndice, ya sea pata, ala, rabo, etc, saben perfectamente si tienen que ir al norte o al sur, si tienen que parase, o ponerse en marcha de nuevo. Creo que la paloma que se equivocaba era una que había estado muy en contacto con humano en algún palomar sureño que le contagió nuestra enfermiza desorientación y mala baba.

Creo en la democracia, pero también creo que el sistema parlamentario necesita un profundo cambio. No es normal que estemos igual, o tal vez peor, que cuando los griegos y romanos la inventaron hace más de dos mil años. De la misma forma que ahora, con un simple click, conseguimos una información, o realizar una gestión que antes no lográbamos en días o meses, los ciudadanos tenemos que encontrar la fórmula de que podamos intervenir directamente en una situación de suspense como la que vivimos actualmente. Sueño que un día, desde nuestra casa, sin tener que escuchar discursos, porque, entre otras razones, ya sabemos lo que nos van a decir cada uno, podamos decidir tranquilamente si, por ejemplo, la solución del impredecible panorama político actual, podría estar, simplemente, en poder llamar a una Cristina Cifuentes, por favor, ven. Pongamos por caso.

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