Opinión

REBROTE DE EUROESCEPTICISMO

Según cuenta Ovidio en Las Metamorfosis, y otros autores, Europa fue una princesa fenicia raptada por el dios Zeus convertido en un toro blanco, alegoría del toro sagrado y la doncella pintada espléndidamente por Tiziano en un lienzo memorable en tiempos de Felipe II, 'El Rapto de Europa', tema que inspiró también a Rubens y a Rembrant e incluso a Pablo Picasso con un esquemático cuadro cubista. En el presente, mitos, leyendas y pinturas aparte, con el nombre de Europa sólo se conoce al Viejo Continente, 10,5 millones de kilómetros cuadrados de superficie, 139 millones de habitantes en la actualidad, realidad geográfica e incontestable. Es el conjunto de naciones más culto, civilizado, avanzado y reglamentado del mundo, en el que se respetan más la ley y los derechos humanos, en paz desde 1945 después de innumerables y sangrientas guerras, dos de ellas mundiales. Para bien o para mal, tenemos interiorizado el triunfo y la superioridad de Europa, por eso siempre choca el euroescepticismo que ahora rebrota.


El euroescepticismo es una corriente que aqueja a algunos de nuestros conciudadanos, críticos y desilusionados con la construcción europea -lo mejor es enemigo de lo bueno-, que resurge siempre en periodos de crisis como el actual. La edificación de la Unión Europea a lo largo de 56 años fue laboriosa y hubo que superar etapas cruciales como los Tratados de Roma de 1957 que crearon el Mercado Común, la implantación del Sistema Monetario Europeo en 1981, los Tratados de Maastricht (Mastrique) en 1993 y la institución del euro en 1999, pasos adelante obtenidos siempre por consenso. Es la primera vez en la Historia que se crea de forma democrática y sin violencia, por acuerdo mutuo, una federación tan importante de países con una moneda, el euro, que se ha situado en 14 años entre las grandes: dólar, rublo, yen, yuán.


Ahora bien, sería antieuropeo renunciar a la autocrítica y no poner en tela de juicio continuamente el proceso enmarcha. ¿Es Europa una gran ilusión que nunca se cumplirá?, sostuvieron historiadores liberales como el británico Tony Judt en un ensayo que planteaba preguntas que aún siguen estando vigentes. Mi eurooptimismo me inclina a pensar que no; lo que sucede es que la idea de Europa es como la democracia, una tela de Penélope que hay que tejer día a día, si se abandona empieza a deshilacharse y con el tiempo podría llegar a romperse.




caballo de troya


Naturalmente, los tratadistas enjuician el proceso integrador de la Unión de forma crítica. Detengámonos en los euroescépticos que cabalgan de nuevo cuando su movimiento parecía superado y olvidado. Declive demográfico, incesante inmigración con predominio musulmán, estancamiento económico son señalados como signos premonitorios de la decadencia europea que viene pero que no acaba de percibirse bien. No obstante, los títulos de los libros estadounidenses que la describen son harto elocuentes: 'Últimos días de Europa', 'Epitafio por el Viejo Continente', 'El fin del mundo como lo conocemos', 'Inmigración, islam y Occidente' forman todo un corpus de pensamiento europesimista que se recoge por ejemplo en las ideas del ensayista conservador norteamericano Robert Kagan expuestas en su ensayo 'Poder y sensibilidad', biblia reaccionaria cuyos postulados parecen volver a estar de moda y que opone la fuerza norteamericana a la debilidad europea, olla de hierro contra olla de barro.


En el fondo se trata del sempiterno enfrentamiento entre el mundo anglosajón y el mundo latino, Gran Bretaña ingresó en la Comunidad Europea en 1973 porque le convenía y a regañadientes ya que considera prioritaria su relación bilateral con EEUU, rechaza una mayor integración política de los Veintisiete por añoranza imperial y es extremadamente celosa de su autonomía e independencia. Hoy por hoy, se ha convertido en un caballo de Troya en la Unión Europea y muestra un euroescepticismo descarado.




EXTREMA DERECHA


La novedad es que toda esta Europa en la que se confiaba y que se sostenía mal que bien ha entrado en crisis desde hace algún tiempo. Y que los españoles han perdido la fe del carbonero respecto a a la Unión Europea. Baste un indicio para probarlo, en 2012 España fue el tercer país más decepcionado por la Unión después de el Reino Unido y Finlandia según el Eurobarómetro del mismo año, clasificación insólita para una nación que todo mundo creía muy europeísta. Menos mal que este sentimiento no ha disminuido entre los más jóvenes, pero la luna de miel de los españoles con el ideal europeo se ha trocado en luna de hiel, seguramente por coincidir con una crisis económica, financiera y de valores .


Asistimos además al reforzamiento de las posiciones antieuropeístas del euroescepticismo y a la asociación de formaciones ultranacionalistas, una ola que se encrespa. Las elecciones europeas de mayo están lejos pero los partidos derechistas se preparan y para ello han urdido la Alianza Europea por la Libertad, conglomerado de grupos populistas de siete paises contra la inmigración y la idea de Europa: son grupos de Francia, Bélgica, Holanda, Austria, Dinamarca, Suecia e Italia, una antiEuropa del egoísmo y de la insolidaridad, del sálvese quien pueda. Para llegar a los 25 escaños en la Eurocámara para formar grupo propio todavía les queda mucha tela que cortar.


España ha sido tradicionalmente un país europeísta, el europeísmo era una seña de identidad de los demócratas bajo la dictadura de Franco, por eso nos hemos quedado de una pieza al saber que la confianza de los españoles en las instituciones europeas ha caído en diez puntos según el último Eurobarómetro. De nuevo vale la cita de Ortega, si España es el problema, Europa sigue siendo la solución.

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