Opinión

El calendario de Emilia

Emilia es alegre, cultiva esas alegrías contagiosas que todo el mundo quiere tener cerca. Desde el comienzo de esta escalada se ha dejado sentir en el patio. Ha cantado, con una gran diversidad de repertorio, ha hablado de ventana a ventana, ha compartido sus muy breves sesiones de gimnasia y ha intentado levantar los ánimos. En su balcón, uno de los más conocidos, destaca una inmensa cartulina blanca que simula un calendario, de momento, limitado a dos meses: abril y mayo. Sobre cada hoy gastado, ha dibujado una pequeña mariposa para recordarse a sí misma la fuerza del alma y el constante cambio. Los días están contados en un verde intenso, como el de los montes que sigue viendo por la ventana. Descartó el negro, demasiado unido a la tristeza, aunque bien sabe ella que la pena y el dolor no necesitan luto para desgarrar, porque las espinas que pinchan crecen hacia dentro. Emilia sigue  los informativos con devoción, intenta atrapar cada nueva cifra, cada avance y retroceso en un bloc de notas para dibujar sus propias estadísticas, las únicas en las que deposita un poco de fe. Se toma su tiempo para ordenar las ideas, descifrar los conceptos y, sin demasiados borrones, aprender a trazarlos en su calendario particular. 

Ahora está centrada en destacar el día de mañana con un verde más enérgico. Podrá, por fin, simular la cotidianidad dejada a un lado apenas ayer y salir a pasear. Lo hará a paso ligero, intentando que la soledad de todos estos días se vaya cayendo poco a poco de los hombros, despeinada y descubriendo si a ella, como a la pequeña Alba, también todo le parecerá mucho más grande y con más luz. Conoce de memoria el recorrido: bajará la calle y, al final de la misma, girará hacia la izquierda, dejando atrás la plaza, para llegar al portal 5. Allí tocará el timbre y esperará al otro lado de la calle para verlos salir. Respetando la distancia impuesta, intentará averiguar que de verdad todo va bien. Desde dos metros, porque les quiere proteger, les dirá lo mucho que los quiere y lo poco que ya queda. Son conscientes de que aún no ha llegado el momento de recuperar los abrazos, de apartar ese mechón de pelo que cae sobre la cara y de sonreír a los ojos, mientras las manos se tocan. Esperarán, pero ella no dejará que se pierda ningún beso, los ha guardado cuidadosamente como mercancía frágil, para cuando se abra la temporada de los afectos almacenados. Emilia piensa que, cuando vuelvan las distancias cortas, será necesario enseñar a sus padres eso de las videollamadas, para no volver a dejar de verse en las ausencias. Mientras, ha comenzado a bocetar la mariposa que se posará sobre el día agotado de mañana.

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