Opinión

La mudanza de Paula

Baja al portal con el pijama escondido bajo un viejo chándal, disimulando así las pocas ganas que tiene de vestirse. Gira la llave diminuta en el buzón que prueba que aún reside allí y, con las manos vacías, vuelve a casa subiendo los escalones de dos en dos. Lástima que en tiempos modernos ya no lleguen cartas manuscritas que acaben con un beso y que la correspondencia se limite a recordar citas médicas, castigar con multas o enseñar productos que aún nadie sabe que necesitará.

Paula espera y desespera. Lo sé porque la veo enloquecida dar vueltas por su pequeño apartamento, intentando evitar las cajas en las que, durante días, fue guardando con esmero y mimo las distintas parcelas de su vida. Con un rotulador negro fue marcando las evidencias: libros, ropa de verano, ropa de invierno, cocina, baño, zapatos…Y ahora, más de un mes después, aún no sabe si deshacer el camino andado o mantenerse en esa anhelada mudanza que se fue transformando en una eterna pesadilla paralizante.

Paula, que en los días de lluvia siempre me llamaba la atención por su impermeable amarillo, lleva mucho caminado para poder marchar. Este patio se hizo pequeño y ella necesita una ventana más grande desde donde poder ver un paisaje diferente. Con el tiempo descubrirá si mejor o peor, pero ahora necesita que sea muy diferente.

Paula conquistó a pulso su derecho a protagonizar nuevas historias en decorados por estrenar. Atrapó la oportunidad de cambiar el código postal sin vacilaciones, sin vueltas atrás e inició la escapada. Se deshizo de lo inútil, de las cosas que ya no eran nada y que podían entorpecer el nuevo equipaje. Guardó en las cajas de la mudanza todo lo demás: lo frágil lo embaló con cuidado en papel protector, lo pesado lo acumuló en pequeñas cantidades para que no se rompiera el embalaje y agrupó lo esencial para tocarlo sin esfuerzo. Así fue deshaciendo un presente. 

Cuando las cajas se terminaron, se sentó en el viejo sofá que ya no viajará y escuchó en el televisor que no iba a ser. No fue capaz de asimilar la inmensidad del agujero que se acababa de abrir. El estado de alarma ni existía en su diccionario cuando firmó con ilusión los contratos que la iban a llevar lejos. Aún se mantiene tensa y expectante. 

El tiempo para que las cajas de cartón se mantengan cerradas se va agotando y en breve tendrá que abrir algunas, confía que no sean todas. La nueva casa no estará ahí siempre y los recursos se van esfumando. Pero las fronteras son más fronteras que nunca y no hay salvoconducto. Se deja caer en el sofá que tiene su huella y se resiste a desembalar las cajas. No todavía. Mañana volverá al buzón. Aún no sabe qué espera.

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