Libera, rinde, salva, atrapa, burla, simula, transgrede, desinhibe, embriaga, embauca, desenfrena, alegra. Acentúa cualquier lado, el salvaje, el dócil, el impulsivo... Agudiza los sentidos. Transforma las almas. Enciende la mecha. Consume pólvora. Estimula las endorfinas. Une. Da rienda suelta a la fantasía... Es el Entroido, ese todopoderoso que irrumpe como válvula de escape y al que se le abre paso para desencorsetar con máscaras el enmascarado que cada uno lleva dentro. Volverá a crear un cosmos especial que hará olvidar el apego a la tierra en Tamagos, la marea urbanística, la cercana batalla electoral, la economía, los rosarios de reproches, el televisor, las rutinas, la política y hasta de uno mismo... aún cuando broten en forma de parodia.
Y si en Verín, en lugar de enterrar el espíritu del Entroido en un baúl cada vez que muere la fiesta, se conservarse una pizca de su esencia, tal vez, sólo tal vez, contribuiría a despertar ese ingenio necesario para movilizar las ideas, iniciativas y proyectos en cualquier ámbito social, político e, incluso, en lo más cotidiano. Empieza la fiesta y sólo queda poner el antifaz al son que se marque cada cual...