Opinión

"Ns vms l vrns. Bss tds"

Hace escasos días saltó una polémica en las redes sociales, y al instante fue objeto de reflexiones por parte de periodistas y columnistas de opinión. Les cuento: un catedrático de Derecho de una universidad catalana despotricaba contra lo que, a su juicio, era una auténtica aberración académica; su hija, que cursa quinto de primaria, le pidió un día ayuda para hacer los deberes de la asignatura de lengua castellana. El padre descubrió con estupor que la lección de ese día versaba sobre el uso del lenguaje cuando se utilizaban los teléfonos móviles. Así, por poner un ejemplo, la cría tenía que aprender que cuando utilizase ese aparato para chatear o mandar un mensaje, debía escribir tq en lugar de te quiero, o bss en vez de besos. El libro de texto hablaba de las normas básicas que tiene el lenguaje del móvil. Indignado, el padre colgó imágenes de ese manual en sus cuentas de las redes sociales, y denunciaba lo que consideraba un atraso y una prueba palpable de por qué España ocupa, entre los países desarrollados de su entorno, uno de los últimos puestos en cuanto a calidad de enseñanza se refiere, de acuerdo con el famoso informe PISA. ¿Nos extrañamos de ese puesto?, se preguntaba este catedrático a la vista de este contenido curricular. No, claro que no, concluía. Y debo decir que a mí tampoco me extraña, y que comparto plenamente la crítica feroz de este padre preocupado por la educación de su hija.

A partir de su denuncia se han sucedido en las redes sociales y en los medios de comunicación las opiniones a favor y en contra de que se enseñe en los libros de texto ese, ¿cómo llamarlo ahora?, “pseudolenguaje wasapero”. Por lo que he comprobado a primera vista, van ganando las críticas desfavorables a ese contenido académico, y que por ello apoyan al padre. Por supuesto también están los que defienden que a los alumnos se le enseñe a alterar el lenguaje y a olvidarse de la ortografía, porque entienden que la enseñanza ha de adaptarse a las nuevas tecnologías y hábitos, y que lo contrario sería como intentar ponerle puertas al campo. Decidan ustedes en qué bando se colocan. Yo lo tengo claro.

Como me postulo a favor de la primera opción, pues me parece una sinrazón exigir a los niños que aprendan cómo destrozar el lenguaje, daré dos argumentos que justifican mi opción: en no pocas ocasiones (por desgracia lo he comprobado muy de cerca, y es opinión común entre los docentes) los alumnos no saben qué responder, o yerran en su respuesta a una pregunta en una asignatura cualquiera (por ejemplo, en matemáticas), porque no entienden el significado del enunciado. Es decir, porque no comprenden lo que se les pregunta cuando lo leen. Por eso me extraña que enseñar ahora el lenguaje sin tener en cuenta sus normas ortográficas o léxicas ayude a superar ese escollo para dar una respuesta correcta. Lo dudo mucho. Y la segunda razón es que creo que no se trata de manejar registros lingüísticos distintos en función de la situación en que uno se encuentre (como he leído en un artículo de opinión de reputado columnista); tampoco de ser redicho, pedante o cursi al hablar; se trata de no darle una patada en los mismísimos al lenguaje. Y si escribir me se calló el bocao al suelo no será nunca un uso correcto, ya estemos dirigiendo el mensaje a un académico, ya al más ignorante del planeta, creo que enseñar en un colegio a usar un idioma prescindiendo de sus normas será un error, sea cual sea el pretendido fin que se pretenda alcanzar. Lo cortés no quita lo valiente.

Por eso voy ahora a cambiar el título del presente artículo, y desearles que disfruten de estos días de sol y cielos azules, por si acaso son mero espejismo:

Nos vemos el viernes. Besos a todos.

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