Opinión

Las malas personas y el perdón

Hay un tertuliano o titiritero, como son muchos de los que acuden a los debates sin antes estudiar, que es un fenómeno con la palabra, argumenta en línea recta y tiene el don de saber golpear en el flanco más débil del rival. Un fenómeno, convendremos. Pero todos los que lo tratan coinciden en que es mala persona.

Hace unos días, una persona que manda tanto como los que mandan, o incluso más, comentó que le gustaría contar con su colaboración en alguno de los programas de su parrilla televisiva. Es lo que tiene cuando te atreves a hablar de fútbol, de política, de economía, del problema yihadista o de la situación de los niños cantores del tirol. Entre los que estábamos en la conversación hubo quien alabó su olfato y quien cuestionó el posible fichaje con un argumento tan sólido como los que utiliza el tertuliano del que estamos hablando. "Es un gran orador, escribe bien y está preparado, pero es una persona corrosiva. Ya es hora de que las malas personas se queden con su mala leche en casa en vez de darles un espacio que puede ocupar otro".

El directivo que manda tanto como los que más mandan se quedó un rato pensativo y no dijo nada. El resto cambiamos de conversación con pillería, porque siempre está Mouriño, por cierto otra persona con un carácter cuestionable, Ancelotti, Víctor Fernández o Berizzo para rellenar los silencios incómodos.

Cuando murió Manu Leguineche, maestro de periodistas, José Luis Gómez, otro maestro, recordó en un sentido artículo que él y este chófer de anécdotas le habían dicho que una mala persona no puede ser buen periodista. Fue un honor coincidir en la opinión, aunque sin saberlo, con el gran Leguineche, pero el paso del tiempo no ha virado el discurso. Una mala persona no puede ser periodista ni político ni juez ni ejercer cualquier otro oficio que tenga en sus manos una responsabilidad social. Dicho esto, si alguien se ha sentido ofendido en alguna de las reflexiones de cada día en este periódico o en cualquier otro momento de la vida, vaya por delante las disculpas confiando en el perdón. Volteando una canción de Silvio Rodríguez, sépase que no se hizo con ese sentido sino con la sana intención de que el mundo sea mejor.

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