DEMOGRAFÍA

Aldeas abandonadas, el azote del rural gallego

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photo_camera Eladia, única residente de Noguedo, en Castro Caldelas. (EFE)

Según el IGE, 1.539 aldeas del rural gallego se encuentran abandonadas, mientras que otras 2.380 sólo tienen un habitante y en más de 3.000 residen únicamente dos personas. 

La señora Eladia, como todos la conocen, a sus 99 años es la única vecina estable del lugar de Noguedo, en la parroquia de Alais (Castro Caldelas). Su presencia allí, junto con la de un par de vecinos "itinerantes", consigue que este núcleo no se sume a las más de 1.500 aldeas abandonadas del rural en Galicia.

Según el nomenclátor del Instituto Galego de Estatística son exactamente 1.539 en el registro de 2013 los "pueblos fantasma" que se cuentan en este territorio, frente a los 1.496 del año anterior.

A estos lugares hay que sumarle 2.380 aldeas con un solo habitante, según la misma fuente, y más de 3.000, con dos.

Eladia tiene el apoyo y atención de sus sobrinos, que viven en aldeas muy próximas, pero se resiste a dejar su casa. "Claro que me gustaría que hubiese más gente, pero ¿para dónde vas?", explica con una lucidez envidiable para quien está a unos meses de cumplir el siglo.

Su familia se encarga de la colada y la señora Eladia almuerza con ellos. Hay una cita que no perdona, y es la que tiene todos los días con su huerto. De camino al cultivo, algo encorvada pero con paso seguro gracias a su bastón, recuerda las fiestas del San Bartolomé y cómo se engalanaba la aldea entera, cuando el ambiente en Noguedo era muy diferente.

"Aquí horneábamos el pan", rememora señalando hacia una construcción tomada ahora por la maleza.

Lo que todavía se respira en sus calles apenas transitadas es esa hospitalidad que tan solo el rural permite conservar. Tanto Eladia, como esos vecinos itinerantes que todavía viven a caballo entre este lugar y otra residencia, abren las puertas de sus casas sin problema ni temores.

Hace unos tres años, una joven pareja decidió asentarse en Noguedo. Pero hace ya casi uno que se marcharon. "Sentí mucho su falta", comenta Eladia.

Cambio de ubicación. José Ramón González (80 años) y Áurea Pérez (75) son un matrimonio de Casares (Castro Caldelas) que vive junto a un hermano de ella, Gonzalo, y sin ningún otro vecino.

Comparten techo y, "aunque los domingos podemos juntarnos trece para comer con nuestros hijos y nietos, me encantaría volver a tener vecinos", cuenta Áurea a Efe.

Nunca han pensado en dejar su casa, aunque para ir al médico o al mercado tengan que recurrir al taxi. "Antes echábamos mano del coche sin carné", matiza José, que ahora atraviesa algunos problemas de salud y ha dejado de conducir.

Como ama de casa, Áurea se apaña. El pan llega a su puerta y, por ejemplo, "el pescado viene dos veces por semana". Lo que no le traen en furgoneta es la conversación que a veces tanto echa de menos y de la que se sacia cuando llega su otra familia.

Esta pareja tiene "ocho nietos", de entre 3 y 28 años, y "a todos les encanta esto", aunque establecerse en este lugar ya sea "otro cantar".

Como dice el doctor en Sociología y Demografía, profesor en el Campus de Ourense, Alberto Saco, "vivir en el rural se hace poco menos que imposible".

Hace dos años que reside en Espartedo (Nogueira de Ramuín), y es el único que lo hace como vecino permanente, pese a que otras familias visitan prácticamente a diario sus casas, cuenta.

Tiene domicilio allí desde hace treinta años y entonces ya supo que viviría en el rural y por este motivo planeó cómo hacerlo.

De su experiencia personal destaca "la calidad de vida" que ha encontrado y que no "cambiaría por nada", y señala que el rural no ofrece "esa vida urbana, de centros comerciales, que muchos quieren".

Como experto hace hincapié en que la "estructura de la propiedad" que existe en Galicia, terrenos pequeños o propiedades con muchos dueños, dificulta la venta, e incluso fijar un sistema productivo sostenible.

También remarca lo poco "dignificado" que está el trabajo en el campo o la errónea idea sobre que la vida en el rural es "marginal".

Precisamente, en esa otra cara de la moneda se encuentran algunos proyectos que han reanimado las constantes vitales de las aldeas del rural de Galicia.

Alexandre Bonnin es francés y encabeza desde hace tres años y medio un proyecto que pretende convertir la aldea de Saumede, de A Bola, en un "polígono cultural alternativo".

En este tiempo, de la mano de asociaciones españolas y francesas y con un grupo de voluntarios, se han reconstruido algunas de las edificaciones de la aldea. Para ello, explican a Efe, han contado con el apoyo del Ayuntamiento y han tenido subvenciones estatales.

El objetivo, dedicar lo conseguido a talleres, exposiciones, conciertos y mercados artesanales a partir de este mismo verano.

Camille es una de las voluntarias. Después de vivir toda su vida en París, conoció Saumede y supo que "quería más calidad de vida" y que eso se encontraba en el rural.

Ahora hasta tienen al lado al que ambos definen como "el primer bebé de Saumede", cuyo nombre es Ayla, una niña de pocas semanas, hija del francés Didier Jujax y la gallega Kora Sotelo.

También a finales del año pasado saltaba otra noticia. A Barca, una aldea de Cortegada (Ourense), colgaba el cartel de "se alquila", más concretamente, "se cede por cero euros durante 90 años prorrogables", según explica el alcalde del municipio, Avelino Luis De Francisco Martínez (PSOE).

Su pretensión, encontrar un proyecto que rehabilitase la aldea, con doce viviendas, y que ayudase a dinamizar la zona.

Por el momento, señala el regidor, han mostrado interés cientos de personas y empresas, pero aún no se ha concretado una oferta, ya que se estima una inversión necesaria de entre 1,5 y 2 millones de euros.

Mientras el motor del rural reposta y llegan esas tan anunciadas medidas para equiparar el interior y la costa, son personas como Eladia, Áurea, José o Álex las que preservan estos lugares, en los que hoy predominan los sonidos de la naturaleza sobre las voces de la personas, pero que guardan parte fundamental de la historia y la tradición, ya que, en definitiva, albergan la esencia misma de Galicia. 

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