LA REVISTA

Grandes líderes militares homosexuales en la Edad Antigua

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photo_camera Representación antigua de la homosexualidad.

La homosexualidad en la Edad Antigua estaba ligada a la masculinidad extrema, en especial en Grecia, donde algunos de sus mayores líderes militares fueron como mínimo bisexuales

 

El líder homosexual que mayor gala hizo de su condición en la antigüedad fue el griego Epaminondas, que logró que su ciudad, Tebas, se convirtiera en la potencia dominante en la Hélade durante un breve espacio de tiempo al derrotar a los invencibles hoplitas espartanos gracias a un invento que denominó “el batallón sagrado”. Consistía en un grupo de élite del ejército compuesto en exclusiva por homosexuales que luchaban por parejas y juraban tener en la batalla el mismo destino que su amado. Semejante unidad de choque resultó letal para los espartanos y así Tebas, en torno al año 400 antes de Cristo, se convirtió en la ciudad-estado líder ante Esparta y Atenas, los dos rivales clásicos. Epaminondas exhibía la homosexualidad como virtud y a los griegos no les parecía mal, sino al contrario. De hecho, era habitual entre ellos que la educación de los jóvenes incluyera amores entre discípulos y maestros, algo que hoy horrorizaría pero que entonces se consideraba parte del aprendizaje.


Uno de los que pasó por tal educación fue precisamente Alejandro Magno, quien durante toda su vida mostró un interés muy reducido por las mujeres, y aunque se casó y tuvo al menos un hijo, lo hizo más bien por motivos políticos durante sus campañas en Persia. Su gran amor fue Hefestión, al que veía como un Patroclo, en tanto que él se consideraba a sí mismo Aquiles, otra probable pareja gay del mundo griego. Alejandro era abiertamente homosexual y fue el mayor genio  militar de la historia: vivió apenas 33 años y en los once que estuvo dirigiendo su ejército nunca perdió una batalla, pese a que se enfrentó en varias ocasiones a enemigos mucho más numerosos. Una anécdota conocida fue cuando la reina madre de Persia se echó a los pies de Hefestión, al que confundió con Alejandro. Éste la levantó y le dijo: "No te preocupes, madre. No has cometido ningún error. Él también es Alejandro". Cuando Hefestión murió, organizó el mayor y más espectacular funeral de la historia.


En Roma hay al menos dos ejemplos de grandes líderes militares y políticos que no ocultaron su condición sexual, si bien tampoco hicieron alarde. Uno, quizá el hombre más famoso de todos los tiempos, Julio César, a quien sus soldados llamaban “el Divino calvo, amante de todas las mujeres, mujer de todos los hombres” por su pasado libertino. Fue amante del rey Nicomedes de Bitinia, en la actual Turquía, y antes había mantenido relaciones con esclavos y soldados. El caso de Nicomedes le dejó marcado ya que los romanos le achacaron no la relación con quien era un monarca-cliente, sino que en ella fuera el elemento pasivo, lo que no era aceptable. Después de aquello, no se conocen romances con hombres pero sus relaciones con las mujeres fueron casi nulas, salvo con Cleopatra, probablemente también por motivos políticos, como en el caso de Alejandro. Se casó dos veces y tuvo una hija legal y a Cesarión, que no reconoció. 


Ya en el Imperio, que inicia el sucesor de César, Octavio Augusto, entre los primeros emperadores solo a Claudio le interesaban exclusivamente las mujeres. Todos los demás tuvieron chicos u hombres como amantes. El hecho de que Claudio no tuviera ningún amante masculino fue incluso objeto de crítica por parte de Suetonio en su obra “Vidas de los doce césares”. Tras ellos, ya en el siglo II, llegaría la cima del Imperio y en ella hubo dos césares abiertamente homosexuales, aunque ambos estuvieron casados. Destaca el hispano Trajano, el líder político y general del Ejército que llevó las fronteras de Roma más lejos tras conquistar la actual Rumanía, la costa del Mar Negro y el Imperio Parto, colocando las águilas a las puertas de la India, como había hecho Alejandro.  Su sucesor, el también hispano Adriano, mantuvo un perfil más político y decidió levantar el famoso muro defensivo, aunque fue un viajero infatigable por todas las fronteras. En una de ellas acaeció la tragedia cuando su amante, el joven griego Antinóo, murió ahogado en el Nilo. En su honor levantó templos e incluso una ciudad en Egipto, Antinoópolis, abandonada en el siglo X.
 

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