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Gustavo Dudamel, la revolución en el podio de la orquesta sinfónica

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Enfrentado a Maduro por la represión en su país,  es el director más joven del Concierto de Año Nuevo de Viena  

Cuando uno piensa en grandes directores de orquesta es inevitable  que se venga a la cabeza la imagen de Karajan, Barenboim o Toscanini. Semblantes serios e intimidantes. Distantes e inalcanzables. Durante muchos años, para los profanos en el género de la clásica la figura del director siempre ha sido la de un hombre de edad avanzada y más bien con cara de malas pulgas…Un escenario que ha girado radicalmente desde la llegada al gran público, hace ya una década, del venezolano Gustavo Dudamel.  Nacido en 1981, a sus 36 años escapa a cualquier cliché preconcebido. Desde sus inicios ha sido una figura comprometida públicamente con programas de educación, juventud y cultura, tanto en EEUU, donde vive y dirige la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, como en Venezuela. Allí lideró durante varios años el Sistema de Orquestas, emblema del régimen con 900.000 jóvenes y que fue usado por Chávez como escaparate para recibir piropos globales. Pero a Dudamel, la deriva dictatorial de Maduro y la represión en las calles le acabaron llevando al exilio. Teme represalias tras elevar la voz y pedir el fin de la violencia tras la muerte en una manifestación el pasado abril de Armando Cañizares, un viola de 18 años. Maduro canceló una gira con la orquesta estatal  y espetó por TV: “Bienvenido a la política, Gustavo Dudamel”. 

Los problemas en Venezuela no han logrado frenar la carrera de Dudamel, que encontró uno de sus clímax en el inicio de 2017, convirtiéndose en el director más joven que nunca ha tenido la Filarmónica de Viena en el Concierto de Año Nuevo. 

El pasado sábado repitió con la formación austríaca, en el Teatro Real de Madrid. Días antes, Dudamel mostró su secreto: “Dirijo siempre desde el corazón”. Personalidad revolucionaria y ese punto de madurez que lo convierten en el director de moda. El venezolano tiene ahora por delante el reto de erigirse en uno de los grandes de la historia y, por qué no, servir de enganche con las nuevas generaciones, tan atrapadas en lo digital que cada día se apartan una pulgada más de las experiencias físicas. Como por ejemplo, asistir a su dirección de la “Sinfonía número 10” de Gustav Mahler. 

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