ARTE

Nóvoa pintaba dramas en una luminosa casa

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photo_camera Su atelier por Xurxo Lobato, con el cuadro.

Una obra que podemos contemplar en la sala baja del antiguo Simeón, en el centro cultural de la Deputación

La pasión por la expresión acompañó a Leopoldo Nóvoa hasta 2010 en que firma ‘Teja picada sobre gran negro’, una tela de grandes dimensiones (166 x 150 cm). Este es su testamento plástico, su último aliento creativo, realizado con vigor desde su reconocible estilo, hecho de rigor y lucidez.

Es una obra que podemos contemplar en la sala baja del antiguo Simeón, el centro cultural de la Deputación, dónde Rosario Sarmiento ha comisariado un montaje-homenaje del artista, ‘Atelier Armenteira’, al que trataba desde hacía años. A su taller acudía con Xurxo Lobato, su marido, como muestra el rico montaje fotográfico que puede verse en la sala, con el artista paseando en el jardín con su esposa Susanne Carlson, con la que vivía en Nogent-sur-Marne, Île de France, en las inmediaciones de París. De ahí lo de Atelier, término unido ya para siempre con Armenteira, en las inmediaciones del monasterio cisterciense, dónde tenía residencia.

Aquí, su amigo arquitecto Celestino Gª Braña, desde los restos de una casa, le construyó una vivienda a la luz de la Ría de Pontevedra, con un enorme ventanal en el salón, que domina una chimenea-lar central de acero; y un gran taller abajo, de tamizada luz y paredes blancas. En este espacio se encerraba desde 1983, cada mañana de verano, con Samuel Fontán, su ayudante, para pensar y hacer, territorio de creación desde la acción, transpiración vital de la que emana la inspiración, tan alejada de las ocurrencias de nuestros días... 
Aquella obra revela la esencia de su estilo, desde sus tres planos, gris ceniza en el fondo de base, sobre el que flota un negro rectángulo asimétrico, con un triángulo equilátero de blancos perfiles en su interior.

Sobre ambos hay una gran pieza del característico color que tienen las tejas, y una tamizada rugosidad laterítica: Dentro del triángulo hay un agujero cuadrado, elemento de su vocabulario tridimensional que hizo propio ya con madura edad, desde los años setenta, antes del incendio de su taller parisino que transformará su técnica y estilo en un camino sin vuelta. Desde el drama, el nuevo comienzo, la transformación que le trae a Galicia para asentarse, y hacerse presente: seis exposiciones en los ochenta, siete en los noventa, diecisiete en la primera década del nuevo siglo, una hercúlea actividad vital.

Con alambres y cuerdas -sus ‘mecates’, voz nahualt mexicana por cuerda-, con los que generar tensiones en las pinturas, que hablan del dolor del mundo, desde el suyo, haciéndose eco y voceándolo sin levantar la voz. Un estilo de expresión abstracta informalista en campos de color, sin duda espirituales. Lo ilimitado de su territorio se abre al relieve, con presiones tras la tela, que la levantan, y agujeros seriados, que se hunden en ella, erosiones de una historia.

Es el suyo un grito silencioso, también con grabados. En uno fechado en Armenteira en 2010, su año limes, hay diez signos en profundidad. Hacia ella viajó, siguiendo el canto de la ‘passariña’ que escuchó San Ero en estos parajes de Meis en el medievo. 

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